14 años de la utopía: una visión personalísima de la Educación Superior

14 años de la utopía: una visión personalísima de la Educación Superior

La Educación Superior se encuentra ahogada entre sistemas, modelos y documentos, entre tratantes y corsarios ocultos detrás de la palabra “academia”

Por: Jorge del Rio Vásquez
agosto 22, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
14 años de la utopía: una visión personalísima de la Educación Superior

 

Lejos de los jardines de la academia de Platón o de las penumbras monásticas medievales, lejos, muy lejos de los claustros renacentistas o del sueño enciclopédico de Voltaire; está la Universidad, la institución que han visto mis ojos como una lamparita de supermercado a la que le han robado el queroseno de la utopía. Prohibido pensar, soñar, dudar, jugar; reza ahora en sus umbrales obsesionados con la seguridad. Con más ventanillas de recaudos que libros en sus “bibliotecas”, con más reglas y estatutos que mentes libres.

Donde ese río del mundo antiguo occidental, donde las aguas renacentistas y el humanismo Róterdam, donde el claro día de la ilustración y la victoria del hombre sobre la tierra. Donde los gritos de igualdad y libertad bajo la fiesta del amor y no la guerra. En mis manos solo tengo un triste crimen llamado “Educación Superior”, un cadáver de mil cabezas que nos salpica a todos con su sangre profanada, con su grito ahogado entre sistemas, modelos y documentos, entre tratantes y corsarios ocultos detrás de la palabra “academia” .

Erase una vez la investigación científica

Un buen día nos llegó la investigación científica, entró como un reo peligroso a las celdas del aula. Se le prohibió hablar de las elucubraciones de Aristóteles, de las conversaciones nocturnas de Galileo, de las excentricidades de Einstein; se le exorcizó para deshacerla de los demonios de la duda o el libre pensamiento, para convertirla en una herramienta, estéril y mansa como todo lo que se normaliza al interior de las instituciones. Se le impuso la pena de trabajo forzoso: generar productos y otra vez productos, llenar anaqueles y revistas, responder por un estatus científico institucional, vacío por cierto, como una torta de icopor.

Sin embargo, esa ciencia, fue lo mejor que tuvimos por aquellos años, mientras Sincelejo hervía como ciudad bajo el fragor de 10.000 mil mototaxistas, que luego fueron 20.000, después el infinito plagado de ventas ambulantes, violencia social y un vaho de podredumbre política que descompuso las aguas desde entonces. Fue allí donde tuve la certeza de que la institución y nosotros hacíamos una investigación científica de espaldas a la realidad, una parodia sin presupuesto para una corte de bufones que comían papel para sostener la falsa expresada en un registro calificado o lo que es lo mismo, una torre de hojas.

Hoy la investigación científica sigue purgando su condena en la cárcel del aula, con nuevos métodos de tortura más estilizados, revestidos de realidad virtual y herramientas tecnológicas, de espaldas a la gente y a sus angustias, con el único afán de seguir encubriendo el crimen llamado “Educación superior”.

De los títulos y otros demonios

Entonces el MEN dijo, “exíjanse más títulos para garantizar la calidad docente” y se hizo la luz, se transmutó el estudiar por obtener nuevos títulos, apropiar el universo y al propio ser por engordar una “hoja de vida”, ser sabio y humanista por tener un doctorado. Aquí se prendió el festín, salieron a bailar los tiburones financieros con sus dientes crediticios, las universidades con sus postgrados vestidos de prisa y los catedráticos asustados por su seguridad alimentaria. Fue así como hicimos de los sábados o la plataforma el lugar sagrado para fabricar, en el ritual de la distancia, el venerable “título”.

Remedando al gran Federico García Lorca, hemos de concluir: “los títulos han pasado volando con su millón de créditos y nuestra educación superior no es más noble, ni buena, ni sagrada”.

Yo soy el burócrata

Soy el administrativo y detrás del sistema mi nombre es Dios, te bloqueo o desbloqueo mientras tecleo, no tengo rostro ni alma, no me pagan para ver o escuchar tus penas. Te bloqueo o desbloqueo, esa es la cuestión, simple, fácil como un volante de consignación o el carbón de un documento. En fin, es tu problema baby. No soy yo, es el sistema, tu código no me aparece, estás muerto.

Quiero que quede claro, no me pagan para ver o escuchar tus penas, te bloqueo o desbloqueo mientras tecleo y detrás del sistema mi nombre es Dios. Eres mi caso un millón baby y hoy no hay red, quizá mañana o nunca. En fin, tu formación es cuestión de trámites, tus sueños son asunto de transferencias. Solo tecleo, no me pagan por tu futuro baby.

Mi hijo será doctor

“Mi hijo será doctor, profesional, experto en las recetas del mercado, en el arte de hablar refinado”. “No como yo, que no estudie…”, “me tocó trabajar de sol a sol, a la de Dios…”, “me quedé bruto”. Pero quién enseñará a su hijo a ser “doctor”: ¿quiénes venden sus horas de saliva en la subasta de la cátedra? O ¿aquellos que teclean el pan duro de la rutina administrativa? O ¿los tratantes y corsarios ocultos detrás de la academia? O mejor aún, ¿el empleador sin rostro que solo sabe mezclar trabajo operativo con salario mínimo?

Detrás de los cristales de una caja registradora o afilando los dedos para teclear un sistema o rezando de memoria un protocolo comercial envuelto en la popelina del uniforme, no será “doctor…”, aún peor, no será libre, no le será dado el milagro humanismo de pensar. Detrás del mito de la productividad, las agujas de pinchar los ojos, prohibido abrirlos y ver la belleza, respirar y sentir el universo en sus pulmones. “Usted vino fue trabajar, recuerde que lo que queda de su alma me pertenece, lo moldearon para mí, para estas máquinas y rutinas, no para filosofar u opinar”.  

“Mi hijo será doctor…”

La receta del miedo

  • Yo quiero opinar pero mi contrato es a 4 meses …
  • Yo también quiero opinar pero… si bien mi contrato es indefinido y soy el Dios administrativo, me pueden echar igual.
  • Yo quiero opinar pero me pueden calificar uno, pierdo la materia y el crédito educativo.
  • Yo opinaría pero estoy por bolsa de empleo y mi trabajo es barrer.

Ingredientes:

  • Corte rebanadas de contratos a término fijo o por bolsa de empleo.
  • Agregue memorandos al gusto.
  • Deje caer 5 gotas de rumores y busque culpables.
  • Póngale unos cuantos lagartos a la olla.
  • Coloque a fuego lento y cada junio y enero coma el manjar.

Puede acompañar con bebidas preparadas como evaluaciones docentes o auditorias administrativas. ¡Disfrute!

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