Hemos sido testigos de cómo en múltiples manifestaciones se han derribado estatuas, símbolo del legado que a su paso dejó la llegada de España y de otras naciones europeas al continente americano a finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI. Se dice que derribar estas estatuas es un atentado contra la historia y el patrimonio cultural de la nación, pero se deja de lado que estas acciones constituyen una resignificación de la historia, un acto de volver la mirada sobre quienes, al erigirse como estatuas, se perciben como héroes.
Neruda en su poema Las palabras exalta de la conquista como si fuera oro, al idioma español, sin embargo, en la extensión del continente, los países de habla hispana son fruto de una convergencia idiomática resultado de las lenguas autóctonas y de las lenguas provenientes de las múltiples culturas que arribaban en los barcos negreros desde el continente africano. No hablamos español, hablamos una hibridación a raíz de la mayor migración y mestizaje cultural de la historia, somos herederos de múltiples etnias que coincidieron por sumisión y muerte en la invasión continental.
La piratería y la esclavitud fueron dos hechos que marcaron la colonia, sin los cuales las naciones opresoras no hubiesen logrado mantener su hegemonía, la esclavitud por un lado brindó mano de obra gratuita a la corona española durante todo este periodo y la piratería fruto de la envidia por parte de Inglaterra, Francia y Holanda a quienes les causaba escozor ver como España se beneficiaba de las riquezas de las tierras del “nuevo continente” y por esta vía, en especial Francia e Inglaterra lograron mantener su hegemonía en Europa.
No son ajenos a nuestra época actual situaciones como la invasión, la piratería y la esclavitud, pues se siguen repitiendo y forman parte del conflicto nacional, en hechos como la apropiación de tierras vía desplazamiento forzado, las incursiones paramilitares, los asesinatos selectivos, el sometimiento a poblaciones enteras con paraestados, la extracción de recursos públicos vía corrupción, entre otros. Podría así hundirse en las grietas de la historia la iniciación de este conflicto desde el propio acontecimiento del denominado descubrimiento, que en sus carabelas trajo consigo no a las más excelsas personalidades de la cultura española, sino a los criminales, ladrones y asesinos provenientes de sus cárceles.
Un país como Colombia sigue sumido en la pobreza debido a la extracción que otras naciones siguen ejerciendo sobre la ella, con tratados de libre comercio desiguales, donde en su mayoría exportamos materias primas e importamos productos de alto valor agregado, donde las políticas de empleo no se vislumbran en tanto la extracción no es intensiva en empleo, donde se profundiza la desigualdad, donde la riqueza se concentra en pocas manos, donde se siguen promoviendo políticas de subsidios focalizados que son de fácil politización y que se alejan de una verdadera política de bienestar y redistribución, un ingreso universal mínimo como el que se ha venido solicitando con fuerza desde el inicio de la pandemia.
El abandono del Estado a diversos territorios y poblaciones se asemeja en muchas formas al comportamiento que la corona española tuvo sobre el territorio americano, pues su interés se ha centrado en favorecer a unas élites, en extraer recursos y dejar en un segundo plano lo realmente importante: las personas que habitamos el país denominado Colombia, nombre proveniente del líder de la invasión de hace 519 años.