Derrotado por la nostalgia regresé a Cúcuta en estas navidades. Un acontecimiento familiar me llamaba y yo corrí. No quería perdérmelo. Pensaba que veinte días en la ciudad donde nací eran muy poquito para todo lo que tenía que hacer. A veces, desde la distancia, puedo oler en el atardecer la semilla de los cujíes. Fallé. Hoy adelanto mi vuelo porque no me aguanté un día más en esta olla hirviente llena de zancudos. Las razones por las que no regresaré son las siguientes:
- Entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde el ambiente es absolutamente irrespirable. El calor se pega a la piel como el napalm. El sol derrite cualquier iniciativa de caminarla.
- Si bien el Pamplonita parte en dos la ciudad, no existe un río cercano para pasar el sofoco constante y abrumador. La vecina población del Zulia está a 30 minutos, pero ese río está cada vez más seco y pedregoso. Además, en ese municipio las bacrim y la delincuencia son los que mandan.
- La xenofobia. La crisis humanitaria en Venezuela ha alborotado el odio hacia los vecinos. En cada cucuteño se siente el deseo que respira la ciudad: hay que aniquilar a los venezolanos.
- Los políticos. Acá es adorado como un dios Ramiro Suárez Corzo, alcalde de la ciudad condenado a 27 años por homicidio. Una mujer de su entraña se lanzará a las próximas elecciones y aún cuenta con un gran respaldo popular. Los pobres, como en ningún otro lugar del país, son uribistas acérrimos. Recuerden que acá perdió el Referendo con más del 70 por ciento. No existe conciencia política. Se vota siempre en contra de sus propios intereses
- Aparte de dos centros comerciales, la ciudad no tiene museos, ruinas antiguas, casco histórico o una arquitectura propia que incite a ser caminada. Una lástima, acá nacieron Eduardo Cote Lamus y Jorge Gaitán Durán. La tumba de este último, creador de la revista Mito, un hito intelectual de continente, está enterrado en el cementerio central de la ciudad. A nadie le importa, sólo el periodista Renson Said y algunos poetas como Saúl Gómez Mantilla, luchan para preservar su recuerdo. En síntesis, acá no hay nada que hacer.
- Algunas mujeres. Una gran mayoría de ellas están operadas y anhelan tener un paramilitar mafioso que las ponga a vivir como reinas. Acá no existe el concepto de feminismo y las mujeres, con contadas excepciones, promueven el machismo y justifican la violencia de género.
- Algunos hombres. Casi todas las conversaciones entre machos desembocan en las mujeres con las que se han acostado. Los muchachos acá son básicos, hablan de negocios, autos y prostitutas. Cúcuta ha tenido una tradición desde la década del setenta de prostíbulos gigantes ubicados en el sector de la Ínsula en donde los venezolanos venían a gastar sus fortunas.
- La falta de bares alternativos. Solo el pequeño bar de la Comarcka presenta una opción diferente. El resto son lugares en donde lo único que se escucha es el vallenato dulzón y esa aberración llamada reguetón.
- La falta de oportunidades: Acá los talentos se pudren al sol. Los pocos muchachos que tienen inquietudes intelectuales deben largarse si pretenden forjarse una carrera como músicos, arquitectos o periodistas. Existen iniciativas como la del gran rapero Ahiman que han impulsado a otros talentos. Para la Gobernación y para la Alcaldía todos estos pelados son algo parecido a un estorbo. Igual hay Quijotes que parten sus lanzas contra los muros que ha construido para ellos la maldita clase política de la ciudad.
- Las vías de acceso: Antes era obligatorio desplazarse a pueblos encantadores como Chinácota o Pamplona, pero la vía hacia esas ciudades está prácticamente destruida. Antes llegar a Pamplona se demoraba una hora. Hoy en día el recorrido alcanza las tres horas. Cúcuta está cada vez más aislada de Colombia
La situación con Venezuela ha agravado la crisis. Ya no existe la opción de ir a San Cristóbal o a Mérida. Así detesten a Venezuela queda claro que sin el país vecino Cúcuta no es nada. Mi familia, como tantas otras, ya busca su destino en otra ciudad. Sin ellos no regresaré jamás. Total, ¿para qué?