Si los hijos realmente fueran de los dos, padre y madre, el derecho a decidir traerlos o no a este mundo sería también compartido. En lugar de eso, estamos creando una sociedad de “hijos de mujeres” decididos por ellas solamente.
La controvertida ley del aborto o de la interrupción voluntaria del embarazo, considera tres argumentos válidos: cuando existen malformaciones genéticas, en caso de violación y cuando atenta contra la vida de la gestante. Me llama la atención el tercer argumento, nada dice sobre atentar contra la vida del padre. ¿Es posible lograr una sociedad de hijos deseados y nacidos del amor cuando en las leyes que buscan proteger la vida dejamos de lado al género masculino y lo utilizamos como banco de semen?
Un caso: En Vistahermosa, Meta, hace unos tres años una mujer sonriente me comentó que ella ya tenía tres hijos, cada uno de un contratista petrolero diferente, cada uno le consignaba trescientos mil pesos mensuales por su hijo y ella, con esa platica, vivía muy cómodamente. ¿Cómo sucedió? Ella lo decidió y les mintió sobre su método de planificación familiar, así de simple. Y la ley la protege.
Otro caso: En Bogotá una adolescente de clase media decide ser madre un día, utiliza a un amigo casual en “una noche loca” le miente acerca de estar tomando pastillas anticonceptivas y queda en embarazo. Ella decide tenerlo porque era su meta. El adolescente usado como banco de semen nada tiene que decir. Solamente pagar, igual que los padres de la niñita metidos en el lío de una crianza no deseada mientras ella sigue sus estudios y su vida, como si nada.
Ya siento en mis oídos a las furiosas feministas gritándome que para eso existen los condones. Ese es el único derecho que le hemos dejado a los hombres en la decisión de los hijos: el condón.
Y las responsabilidades. Dar el apellido, pasar una mesada, hacerse cargo del estudio y de todos los gastos de la criatura, claro. ¿Y el amor? Está muy lejos de la ley y de los argumentos de muchas mujeres para traer nuevas vidas al mundo. La gestación se convirtió en un mecanismo, para muchas, de resolver sus propios problemas personales y económicos, un elemento de manipulación, de poder y de chantaje.
Y le pedimos a los hombres que sean solidarios, que sientan el embarazo, que acompañen, que estén presentes porque es su responsabilidad. Pero los dejamos por fuera de la decisión, los excluimos de manera egoísta e irresponsable. Cuando escucho la famosa frase de “las mujeres no parimos hijos para la guerra” pienso que la entelequia es bonita pero irreal. Mientras parir sea un poder y una decisión exclusiva de un solo género y se utilice como mecanismo de victimización de una madre y de manipulación del otro, sin mediar una decisión de pareja y el amor, las mujeres seguirán pariendo hijos de la guerra y para la guerra.
Volviendo al tercer argumento de la ley: ¿Y si está en riesgo la vida del padre? Si ese adolescente irresponsable, tan irresponsable como su pareja, sabe que esa vida le arrebatará su libertad, su derecho a ser profesional, su tranquilidad personal, que fue engañado una noche y no lo desea, ¿no tiene igual derecho a decidir?
Soy mujer. Y madre. Y siento que estamos conformando un adefesio social donde las mujeres cada vez ganamos más espacio, mientras que el género masculino se atemoriza frente a nuestro poder y queda relegado a dos funciones: banco de semen y billetera de pagos.
Quisiera llamar a la mujer de Vistahermosa para saber de su vida, pero me temo que le interrumpo la telenovela de las once. Y a la adolescente ni modo de llamarla, está en la universidad y sus padres se hacen cargo, con rabia y resentimiento, del bebé.
Y esa sociedad, de hijos no deseados, es el mejor caldo para la guerra.