Todos queremos ser médicos, ingenieros, abogados, comerciantes, policías, periodistas y hasta políticos, pero trabajos como sepultureros es un oficio para unos pocos. La escasez de mano de obra en esta actividad de ultratumba no es por la ganancia que se pueda obtener, sino el temor de convivir con personas que han dejado de existir.
Desde niños nuestra cultura nos inculco un temor por los muertos, la violencia en todos los ámbitos de nuestra sociedad nos acercó más a la tristeza de ver partir a familiares, amigos y conocidos al mundo de los que descansan en paz. Las muertes naturales no alcanzan los elevados índices de muertes violentas
Llega la adolescencia y para los padres no está en las opciones a futuro que el hijo se convierta en sepulturero. No existe escuela, colegio, universidad o curso para volverse un enterrador de cadáveres. Ocurren miles de causas para que se llegue a esta escasa pero necesaria labor.
Se puede terminar como Jesús Carrillo, que lo llevaron al Cementerio Central de Cúcuta para construir un panteón en una semana y ya lleva 5 años como sepulturero de ese lugar. O también la de un aventurado joven que sin ningún prejuicio desea sentir la experiencia por un día de la escalofriante tarea. Aquel aprendiz en el arte de enterrar cajas con huesos, llenas de historia es el mismo que escribe estas líneas de inolvidable experiencia.
Las enormes puertas de hierro del Cementerio Central se abren a las 7 a.m, hora en que llegan uno a uno los seis encargados de sepultar los muertos que corresponden para ese día, solo 2 están contratados, reciben sueldo y cumplen horarios, el resto son empleados informales que tienen esta opción de trabajo para mantener la familia.
En la espera por la llegada de la carroza fúnebre que trae el primer trabajo, se deben cumplir con tareas de arreglo y preservación de las instalaciones. El descuido y mejora de las lapidas corresponde a la persona que les duele y lloran el muerto.
La caminata por las enredadas y angostas callejuelas para reconocer el terreno se convierte en molestia por la presencia de zancudos que se ubican en cualquier parte del cuerpo. Jesús Carrillo me acompaña en ese recorrido sin importar los pequeños insectos que se posan en su cara. Los años enseñaron a convivir a este humilde y bien presentado hombre con los muertos, los zancudos y la inclemencia del calor cucuteño.
El recorrido nos llevó a un sector alejado de la entrada principal, Jesús mi maestro de enterrar por un día, observa el reloj para recordar que en instantes llegarían los primeros 20.000 pesos, valor que recibe por prestar el servicio de sepulturero.
El nerviosismo e impaciencia me invadieron la mente en ese momento, ¿cómo comportarme? ¿Qué hacer? ¿Qué decir?. La hora se acercaba y nos dirigimos a un pequeño cuarto donde estaba el cemento, el balde y los ladrillos, herramientas indispensables para proteger los muertos de los vivos.
Cambie mi ropa en aquel oscuro y frío lugar rodeado de bolsas negras que produjeron curiosidad y luego se convertiría en asombro por la respuesta que dio el afanado Jesús Carrillo. No eran bolsas con material de construcción como deduje al principio. Aquellas olorosas a tierra eran los NN olvidados por la familia.
La indumentaria estaba lista y nos dirigíamos a la entrada a toda prisa a recibir el primer servicio. Se observaba a lo lejos la moderna carroza de la funeraria con el ensordecedor sonido de los pitos de buses y carros que acompañaban el cortejo fúnebre.
Jesús cruzaba palabra con el encargado del mortuorio para asegurar el entierro, los demás sepultureros estaban ubicados en la entrada en espera de la ausencia de Jesús para quitarle el turno, como si fuera la fila de un banco o la taquilla de un cine.
Encabezamos la procesión de tristeza, llanto y licor. La bobedad estaba lista, aunque Jesús sentía duda para introducir un cajón tan grande. El féretro lo llevaban 6 hombres vestidos de blanco, las mujeres desfallecían ante la última presencia del ser querido.
Se escuchaba un acento paisa en los murmullos y gritos desesperados de las personas que acompañaban el ataúd. Me contagie de la calma y paciencia de Jesús, a él no le importaba lo que sucedía a su alrededor, solo quería cumplir con su obligación y cobrar por el servicio.
Los malos olores y el tufo a trago se percibían en el ambiente de la apretujada multitud que se abalanza sobre el cuerpo del señor. Jesús no reconoce ninguna de las personas con las que había organizado el entierro, me deja encargado de la situación y corre hacia la entrada. El llanto se transforma por una discusión que dura unos pocos segundos.
Una de las personas que encabezaba la procesión decide meter la urna al hueco. El grito de negación de Jesús Carrillo mientras se acerca preocupado por la confusión en la ubicación de los cuerpos cometida en la entrada del cementerio.
El verdadero inquilino durante el resto de su muerte se acercaba cargado por el llanto incesante de sus acompañantes. El error fue aceptado y el elegido enterrador para esa persona se lo llevo hacia el correcto destino. Permanecí junto al hueco anonadado por lo sucedido, Jesús con cara de preocupación al observar que el nuevo cajón tampoco tenía las medidas adecuadas para la bóveda.
Las mujeres insistían en ver por última vez al señor, la tapa se levanto y se abalanzaron sobre él. La nostalgia me invadía, las lágrimas de los niños desconcentraba mi labor. Los tiros de revolver de unos de los personajes me devolvieron a la realidad. El miedo se apodero del lugar, pero para las mujeres que se encontraban junto al cuerpo no significaban nada esas detonaciones.
La solución para encajar el ataúd es quitarle la tapa, los familiares autorizan y empezamos a destruir la madera, en el proceso rozan mis manos con partes del cuerpo frío y oloroso a formol. El cuerpo es roseado con aguardiente y rosas blancas. Los gritos de agradecimiento y culpabilidad se escuchan a lo lejos.
Después de 35 minutos el entierro termina con éxito para nosotros y en calvario para la familia y amigos. Cumplimos con dos servicios más de entierro en menos de 30 minutos, de esos que la gente tiene afán por enterrar al difunto, de los que no hay ni 10 personas dándole el último adiós. Jesús ha recaudado 60.000 pesos y el contrato de palabra para que en los próximos días pegue lapidas de mármol en esas tres bóvedas.
Son las 5:30 del sábado 15 de diciembre de 2012 y Jesús suma tres entierros más para el desconocido prontuario.