Jorge Enrique Botero: ¿Usted ha metido algo?
Jesús Santrich: Cómo así, no le entiendo…
JEB: Alguna droga…
JS: ¡Ah, no! Jamás.
Jesús Santrich, integrante de la delegación de paz de las Farc no disimula su sorpresa por el inicio de esta entrevista y se reacomoda en su silla. Hace un par de horas él ha estado en la mesa de diálogos discutiendo el tema denominado “Solución al problema de las drogas ilícitas”, tercero en la agenda del Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, suscrito por el gobierno y las Farc en septiembre de 2012.
Pese a que la mayoría de analistas vaticinaron que este tema sería evacuado con mayor fluidez que los dos anteriores (Desarrollo Agrario Integral y Participación Política), ya han pasado más de dos meses desde que se inició su discusión y todavía no ha salido humo blanco desde el Palacio de las Convenciones de La Habana, la inmensa mole de concreto donde se reúnen las delegaciones de ambas partes.
Y aunque fuentes de la delegación gubernamental le dijeron a las2orillas que aspiran a que este punto de la agenda esté terminado antes de las elecciones de marzo, no es del todo seguro que ello suceda, no solo por la complejidad del fenómeno (sin duda el que más ha afectado a Colombia en las últimas cuatro décadas), sino por la muy distinta interpretación que hacen las partes sobre el problema y sus posibles soluciones.
Pero oigamos lo que dice Santrich sobre drogas, después de admitir que ni siquiera se ha fumado un bareto.
JS: A veces me tomo mis tragos y me fumo uno que otro tabaco (pero puro)
JEB: ¿Y por qué nunca metió nada?
JS: Porque mi entorno familiar, que es muy cohesionado, siempre ha sido muy estricto en este asunto de los vicios. Pienso que eso me blindó, pues desde que mis hermanos y yo éramos niños; padres y tíos nos hablaron de manera directa sobre las dificultades que el consumo de drogas traía, los problemas de salud y las fracturas familiares que se generaban cuando alguien caía en el uso de sustancias psicotrópicas.
JEB: ¿Hay adictos a alguna droga en las filas de las Farc?
JS: No, nosotros no tenemos ese problema. He conocido algunos casos de personas que han llegado a las Farc provenientes de la ciudad y que previamente han sido consumidoras de marihuana y que ya en filas han tenido un espacio de recuperación. Nosotros tenemos un reglamento muy rígido al respecto que prohíbe el consumo de cualquier tipo de sustancias.
JEB: Lo cual contrasta con lo que ocurre en las filas de sus adversarios…
JS: Bueno, yo no tengo un manejo a profundidad del tema y mal haría en hacer acusaciones. Pero sí le puedo decir que muchas veces, después de los combates con el ejército, encontramos en los morrales de los soldados varios tipos de drogas ilícitas, especialmente marihuana. Sin duda, ello es fruto de la manera en que estos muchachos son lanzados a un combate cuyas causas y consecuencias casi siempre desconocen. Tal vez es su forma de escapar a la terrible dinámica de la guerra.
JEB: Y cómo tratan ustedes el tema en sus zonas de influencia, ¿cuál es su política frente a los consumidores de la población civil?
JS: Nosotros concebimos este asunto como un problema de tipo social, al que debe dársele un tratamiento de tipo social. Pero debo aclararle que en las zonas rurales el fenómeno del consumo es poco común. Hay casos excepcionales que tratamos de resolver a través de las familias o de las comunidades.
JEB: Me dicen que usted es una especie de experto en este tema. ¿Por qué le ha interesado tanto?
JS: Bueno, este es un problema de orden internacional, que impacta sobre la salud física y psicológica de millones de personas, especialmente de los jóvenes e incluso de los niños. Es un grave problema social que cruza prácticamente a todos los países del planeta y que hoy tiene alto impacto también en Colombia. Antes se decía que nuestro país era netamente productor y exportador, pero hoy en día el consumo ha aumentado hasta convertirse en un problema interno de salud pública. Y si nosotros somos revolucionarios y estamos luchando por un cambio social, debemos hacer aportes para que ese problema se resuelva.
JEB: Lo que usted me dice contrasta bastante con la opinión del gobierno y de muchos expertos que aseguran que ustedes son un gran cartel de narcotráfico…
JS: Las Farc no apoyan ni estimulan la siembra de cultivos de coca, ni de marihuana ni de amapola. Y entendemos que el problema no son los cultivos como tal, las plantas en su condición natural, sino el uso que se les da. También entendemos que cuando la gente cultiva este tipo de plantas para uso ilícito, lo hace porque se ha visto obligada debido a las políticas neoliberales que han generado miseria y hasta indigencia en muchas zonas agrarias del país. Por eso decimos que hay que resolver las causas que empujan a las poblaciones rurales a engancharse en este tipo de economía.
JEB: En asuntos de narcotráfico, ¿quién está libre de culpa en Colombia?
JS: Hay más víctimas que culpables. Las personas a las que más estigmatizan, que más persiguen aplicándoles medidas punitivas, son las menos responsables del fenómeno. Me estoy refiriendo a los indígenas, a los campesinos, a las poblaciones afro, comunidades interculturales que se han visto obligadas a engancharse en el fenómeno. Pero ellos no son responsables sino víctimas, como lo son los consumidores. Los verdaderos responsables son quienes se quedan con el grueso de las ganancias, favorecidos por las políticas prohibitivas y de interdicción, que se han aplicado en el marco de la llamada guerra contra las drogas trazada por Estados Unidos. Yo diría que en Colombia esos tres puntos del PIB que están cruzados por el narcotráfico y otras economías criminales benefician principalmente al capital financiero. Son los señores banqueros quienes más se lucran del negocio ilícito. Ahora, como decía hace un momento, este es un problema mundial. La ONU estima que entre tres y cinco puntos del PIB mundial se deriva del narcotráfico. De hecho, más del 50 por ciento de los bancos que se lucran del negocio tienen asiento en los Estados Unidos.
JEB: Entonces nadie puede lanzar la primera piedra en materia de drogas ilícitas…
JS: Todas las campañas presidenciales desde Turbay Ayala hasta hoy han estado financiadas, de una u otra manera, por el narcotráfico. Y ni hablar de los parlamentarios, alcaldes, concejales. Toda la estructura social y el aparato estatal colombiano están cruzados por el narcotráfico y de hecho nuestro tejido social ha sido impactado por este fenómeno. Si se estudia a fondo este problema, uno nota que no hay un interés real en resolverlo: en el fondo y en la superficie lo que se ve es la aplicación de las doctrinas contra insurgentes. Lo único que se busca es lograr un control territorial para sacar a las Farc de las zonas rurales donde se hace la resistencia para que penetren las transnacionales a poner en marcha sus proyectos macroeconómicos.
JEB: ¿A qué horas terminaron las Farc etiquetadas como narcotraficantes?
JS: Desde finales de los 80, cuando la lucha contra el fantasma comunista perdió average, la tomaron con el tema de narcotráfico y se acuñó el concepto de narco guerrilla. Se trata de una política de propaganda sucia que no se construyó de una día para otro sino que se fue cuajando durante años por parte de los mismos que durante todo este tiempo se han lucrado del narcotráfico
JEB: ¿Hay doble moral en el tratamiento de este tema?
JS: ¡Indudablemente! porque el gobierno conoce los diagnósticos, los balances y resultados de las políticas prohibicionistas y de interdicción. Los conoce y sabe que son negativos. Los mismos Estados Unidos reconocen que después de las inversiones millonarias y las consecuencias sociales y ambientales de las políticas punitivas, la oferta de drogas ilícitas se mantiene incólume. Es posible que las hectáreas cultivadas hayan disminuido, pero la productividad se incrementa. También hay doble moral cuando más de un editorialista o un columnista de opinión no puede escribir más de una letra si no están bajo el efecto de la marihuana o la cocaína.
Por eso nuestra propuesta no es la erradicación de los cultivos de uso ilícito sino la sustitución de estos por proyectos de producción alimentaria, proyectos alternativos en los que las comunidades puedan tener una opción de vida digna. Y también hablamos de legalización de las drogas, pues creemos que eso impactará negativamente el mercado.
Insistimos: si de verdad se quiere acabar con el narcotráfico, hay que golpearlo en el eslabón más fuerte: el sector financiero y los poderosos imperios transnacionales que lavan los dineros derivados del tráfico de drogas.
JEB: Durante un acto en La Macarena, en el año 2001, varios periodistas fuimos testigos de la vaciada que les pegó el Mono Jojoy a unos 10 mil campesinos por cultivar coca en vez de mantener la siembra de sus cultivos tradicionales…
JS: Esa ha sido política de las Farc. Por ejemplo, en el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta, los cultivos de marihuana se acabaron porque la guerrilla emprendió desde los años 80 una política de ir casa a casa, rancho a rancho, familia a familia, invitando a la gente a dejar esos cultivos. Igual sucedió con la amapola en la Serranía del Perijá. Le decíamos al campesino: bueno, si usted tiene una hectárea, siembre mitad en comida y mitad en lo otro, pero de aquí a un año aumenta el espacio de la comida y así sucesivamente, hasta que se acabó la amapola en las áreas donde operábamos. Ahora, le repito que ese no es problema de que las comunidades quieran cultivar una cosa u otra: es un problema real, de necesidad, en zonas donde usted no puede sacar una carga de plátano o de tomate, porque cuando llega al mercado más próximo lo que lleva ya es una salsa de tomate podrida.
JEB: También recuerdo la audiencia pública internacional que hubo durante los diálogos de paz del Caguán, donde Manuel Marulanda propuso hacer de Cartagena del Chaira un laboratorio de sustitución de cultivos de uso ilícito ¿Esa propuesta es viable hoy?
JS: Todos estos lustros en que nos han estigmatizado como narcos, nosotros nos hemos pasado haciendo propuestas alternativas de solución. Lo hicimos durante nuestra VIII Conferencia, lo hicimos en varios plenos y durante los diálogos del Caguán propusimos una conferencia internacional para buscarle una solución al problema. Creemos que hoy está vigente esa propuesta. Las Farc estamos plenamente dispuestas a contribuir, pero partiendo de que los protagonistas principales de la solución deben ser las comunidades. Esa era la esencia del plan de Marulanda que hoy hemos retomado, pero ya no para un escenario como un plan piloto, sino un plan nacional, con visión estratégica, ligado a la reforma agraria integral y a la participación ciudadana. La gente tiene que participar en un proceso de este tipo.
JEB: Como así que ustedes están proponiendo que el Estado estimule cultivos de coca, marihuana y amapola que, según las Farc, deben incorporarse a la economía agraria como generadores de empleo
JS: Lo central de la propuesta es la sustitución. Pero en otro plano, marginal, nosotros creemos que el Estado debe regularizar estos cultivos, tanto para los usos culturales ancestrales, como para usos industriales y medicinales. Esto, repito, es marginal pues en Colombia no es que haya una cultura tan arraigada de la coca, como la hay en Bolivia o en Perú.
JEB: ¿En cuánto se disminuiría la producción y exportación de cocaína si estas propuestas llegaran a aplicarse?
JS: Desafortunadamente, al resolver el problema de los arbustos a través de la sustitución, la reducción de la exportación de cocaína sería ínfima. Quienes manejan este negocio, personas con mucho poder, no necesitan que haya matas de coca en Colombia. En los 80 la pasta de coca llegaba a nuestro país y aquí se procesaba y se exportaba la cocaína. Eso está ocurriendo de nuevo y también sucede que la productividad de los cultivos se ha multiplicado, así que –a riesgo de aparecer como un aguafiestas- me temo que la reducción de las áreas cultivadas, por si sola, no va a afectar la producción y exportación de cocaína. Por eso, todo el esfuerzo se debe poner en atacar los eslabones fuertes de esta cadena que están en el sector financiero. Todos los estudios y diagnósticos dicen que ése es el eslabón más fácil de atacar, pero para ello se necesita voluntad política. La otra manera de lograr una reducción considerable de la exportación es atacando la enorme red de corrupción que permite la salida de toneladas de cocaína desde aeropuertos, puertos y fronteras de Colombia. El Estado colombiano está necrosado, es un Estado gangsteril y mafioso porque la dirigencia que lo conduce está tocada hasta los tuétanos por el narcotráfico.
JEB: ¿Usted cree que a los Estados Unidos les interesa que, por sustracción de materia, se acabe la llamada guerra contra las drogas que declaró Reagan hace más de 30 años?
JS: En el caso de Colombia, esta guerra contra las drogas no es más que una excusa para intervenir en nuestro país y tener el control territorial y el control de los recursos naturales. En eso consistió el Plan Colombia, que era en su esencia un plan contra insurgente. Creo Estados Unidos debería tener una participación directa en este debate, planteando soluciones reales que deriven de una voluntad de solucionar el problema. No creo que una sociedad como la norteamericana viva tranquila teniendo el más alto nivel de adictos del mundo.
JEB: Cuántos hervores le faltan a este punto de la agenda…¿cree que estará cocinado para la época de las elecciones parlamentarias?
JS: Bueno nosotros hacemos todo lo posible. Trabajamos de día, de noche, en la madrugada. Generalmente los descansos los utilizamos para trabajar y estamos haciendo lo posible para que esto no demore tanto. Ojalá podamos tener, como en los otros puntos, un resultado pronto. Pero aquí hay asuntos de grueso calibre y si ponemos el dedo en la llaga del narcotráfico, se van a tocar intereses muy poderosos de criminales de cuello blanco. Esperamos que el Estado tenga la valentía de afrontar el problema en su conjunto, porque no se trata solamente de que se capture un capo allí y otro allá: los capos no son más que instrumentos de los cacaos del sector financiero.