Patricia* cuenta que trabajó hace ya algunos años como profesora en el Gimnasio Castillo Campestre, plantel educativo donde tuvieron lugar los hechos que condujeron al suicidio de Sergio Urrego el pasado 4 de agosto, tras lanzarse de una terraza del centro comercial Titán Plaza. Todo indica que la decisión del estudiante fue tomada debido a la persecución homofóbica liderada por las directivas del Gimnasio Castillo Campestre, en cabeza de la señora Amanda Azucena Castillo, rectora del colegio.
Pero según Patricia, no solo los estudiantes han sufrido las arbitrariedades de las directivas de este polémico plantel. Una de las pruebas de ello podría advertirse en la manera cómo debían ganarse los sueldos la mayoría de profesores. Una suerte de dinámicas pírricas que llegaron al punto de esclavizarlos. Por ejemplo, cuenta Patricia que en la época que laboró, un profesor tenía un sueldo básico de $750.000, pero porque la ley así lo exigía.
Sin embargo, en un empleo de tanta responsabilidad y a sabiendas que por un sueldo de estos no trabaja un verdadero profesional, las directivas del Gimnasio Castillo se inventaron una suerte de bonos para supuestamente premiar a los docentes. Había, entonces, un bono de permanencia el cual representaba $100.000 por cada mes que el docente permaneciera en la institución, pero solo eran entregados al finalizar el año. No obstante, en caso de que el docente no llegase a fin de año, no se le entregaba dinero alguno de este bono bajo el argumento de que no cumplió con el contrato.
Un segundo bono era el de ‘desempeño’. Este equivalía a recibir $300.000, pero estaba condicionado por la evaluación que le diera la propia rectora al trabajo de cada profesor. “Para nosotros recibir el sueldo no era una felicidad sino un martirio porque lo primero que pensábamos era ¿cuánto nos iría a descontar esta señora?, porque para ella, uno nunca tenía un buen desempeño”.
Como si fuera poco, si en alguna salida de campo algún estudiante no participaba en la actividad, el costo del cupo del alumno, lo asumía el profesor. Igualmente sucedía con la mensualidad; cuenta que en caso de que algún alumno estuviese atrasado con el respectivo pago, este no podría entrar a clase, pero si no pagaba al finalizar el mes, este costo también lo asumía el profesor, pues el hecho de que todos los alumnos estuvieran a paz y salvo con la institución, también debía ser responsabilidad del docente. Importante aclarar que estas condiciones eran para los directores de grupo solamente.
En el descanso los profesores se debían distribuir estratégicamente para vigilar a los alumnos y estaba prohibido cualquier tipo de charla o contacto entre docentes durante este tiempo. “En el almuerzo que era otro espacio de descanso, no podíamos sentarnos juntos, nos tocaba en mesas separadas y dándonos la espalda. Era una cosa muy chistosa porque Azucena se hacía en un punto desde dónde podía vigilarlo todo”. Igualmente, durante el almuerzo no se podía dejar comida alguna, pues los restos de comida que el docente dejara en su plato también eran descontados del sueldo, argumentando que ello le representaba costos al plantel. Si un profesor quería llevar lonchera, este acto era juzgado de mala manera.
Había otra serie de medidas que a los ojos de la profesora Patricia también resultaban muy particulares. Por ejemplo, aquella época en que a los profesores les intentaron decomisar los celulares a su llegada para ser devueltos a las tres de la tarde, que era la hora de salida. Dicha medida no fue posible en la sede de Tenjo porque los profesores no accedieron a ella, contrario a lo que sucedió en la sede Gimnasio Castillo del Norte, de esta misma institución. “Ahora, a mí me fue bien con Azucena, yo nunca tuve problemas con ella durante el tiempo que estuve ahí, porque hubo muchos compañeros a los que les fue peor”.
Patricia recuerda que los docentes debían elaborar unas guías de trabajo las cuales eran entregadas al colegio y se vendían a los estudiantes como material didáctico, de cuyas ganancias, el profesor no recibía un solo peso. Alguna vez, una de sus compañeras por tiempo no entregó su guía, y por tal motivo le descontaron una buena tajada de su salario.
Una de las anécdotas que más le impresionó fue el asesinato de los cachorros que tuvo una perra callejera, adoptada por compañeros en el plantel. En sus palabras, la señora Azucena Castillo mandó matar a los cachorros por la simple razón de que no le gustaban los animales. Según cuenta, el colegio Gimnasio Castillo Campestre y el Gimnasio Castillo del Norte, ambos son propiedad de Azucena Castillo y de su esposo Alfredo, quien ejerce como Director de Contabilidad y llevan 25 años funcionando en las condiciones mencionadas.
“Azucena es una persona que profesa mucho el amor pero juega con el hambre y la plata de la gente, por eso es que se aguantan esas condiciones. Con toda seguridad me atrevo a decir que influyó en los papás de Danilo para que demandaran a Sergio. El problema es que aquí en Colombia cualquiera puede montar un colegio y así como éste quién sabe cuántos más no habrá”, asegura Patricia.
Teniendo en cuenta que manejaba varios grupos de aproximadamente 40 estudiantes, a Patricia le es un tanto difícil recordar a Sergio Urrego. Sin embargo, sí recuerda bien a César Valbuena, estudiante que según el noticiero Noticias Uno, también se suicidó hace tres años por motivo del matoneo al que era sometido en este colegio. César Valbuena sufría de un fuerte trastorno depresivo y la profesora asegura que le recuerda especialmente porque era muy somnoliento: “Algunas personas con las que aún mantengo contacto me dicen que César estaba en el mismo grupo que Sergio, por lo que con toda seguridad debí tenerlo en mis clases”, cuanta Patricia, quien en su memoria, tal parece, no tiene un solo recuerdo bueno de su paso por el colegio en el que se perseguían hasta a los profesores.
*El nombre de la fuente ha sido cambiado a petición suya, tanto por su seguridad como por su futuro profesional.