Fue el primero en intentar que se hiciera la paz en este país y el primero en denunciar a los “enemigos agazapados” que siempre han tratado de impedirla.
La Colombia de estos días no sabe a quién enterrarán el miércoles luego de una misa en el Gimnasio Moderno. Otto Morales Benitez, muerto el fin de semana, fue tan grande y tan influyente en la vida nacional que solo le faltó ser presidente. Y no lo fue porque no se metió la mano al dril para demostrarnos que él era mucho mejor que Virgilio Barco, y sobre todo que no tenía alzheimer como su contendor.
Otto escribió tantos libros, más de cien, que por ninguno de ellos lo recuerda este país con memoria de gallina. Yo siempre creí que el mejor de todos fue su biografía sobre el señor Sanclemente, el viejo bugueño que fue elegido presidente a los 88 años, y los godos de Caro y Marroquín prefirieron zarandearlo que respetarlo.
Otto fue inmensamente generoso sin ser un hombre rico. No sé a cuantos colombianos nos ayudó a ser lo que hemos sido. Muchos ya deben haber muerto por lo que sus exequias no serán oleadas de gratitud sino esquemas de reconocimiento a quien fue el primero en intentar que se hiciera la paz en este país, y el primero en denunciar a los “enemigos agazapados” que siempre han tratado de impedirla.
Liberal de los que ya no existen. Zambo orgulloso de Riosucio, hizo de su vida una carrera de servicio a Caldas, a Colombia y a sus amigos. Nunca pudo superar la muerte tergiversada de su hijo en París y cuando Adela, su mujer de tantos años se fue, nos dio otra cátedra de amor y fe.
No puedo medir cuanto aprendí de él. No alcanzo a compensar en lágrimas todo lo que él me ayudó. Pero así como era de grande y de ruidosa y reconocible su carcajada fue el afecto que le tuve.
@eljodario; [email protected]
*Columna publicado en ADN.