Otra democracia en Colombia es posible

Otra democracia en Colombia es posible

Por: Felipe Pineda Ruiz
febrero 16, 2015
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Otra democracia en Colombia es posible

Política; arte de lograr acuerdos, de dirimir discordancias, espacio donde la disputa por la conquista del sentido común de las mayorías, en teoría, tendría que tomar lugar, pero ¿qué sucede cuando esas mayorías no tienen interés en ella? ¿Cuál es el precio que las sociedades tienen que pagar por su apatía hacia la política?

Vivimos sumergidos en una modernidad líquida, en el amplio sentido conceptual que Zigmunt Bauman le ha dado en su amplia bibliografía, en donde la memoria y el antes desaparecen como por arte de magia y el hambre por lo nuevo termina convirtiéndonos en rehenes de la anti-política y sus abanderados de turno. Nos situamos en una etapa singular en donde los partidos políticos institucionalizados y los declarados independientes han sido secuestrados por los viejos vicios, los dogmas antiguos, las componendas y las trapisondas.

En casos como el colombiano, el juego democrático se dirime en la actualidad en la cancha del bloque de poder, con sus árbitros y hasta con sus propias porristas. El presente nos encuentra atrapados en una falsa contienda entre uribismo vs santismo, y adportas de la instauración de un peligrosísimo bipartidismo de largo alcance. El viejo chiste que recorría los círculos políticos norteamericanos parece aplicar al paradigma colombiano “Estados Unidos tiene un partido político único (el de los negocios) que tiene dos facciones (Demócratas y Republicanos)”.

La Colombia de hoy en día no solo cohabita con una crisis de representatividad, persiste anclada en los rezagos del colonialismo y el atraso a espaldas de un siglo XXI protagonizado por la multipolaridad, la diversidad, la ruptura con las religiones dominando la política, el aumento de la consciencia ambiental y la defensa de las libertades individuales. Somos presididos por intermediarios al servicio de gigantescos negociantes de lo divino y lo humano, nos gobiernan títeres del suprapoder.

La actual hecatombe no es simplemente coyuntural, es sistémica y ligada a un problema eminentemente estructural. La ausencia de representatividad de las mayorías suplantadas por una minoría ha subyugado la participación de las multitudes hacia lo meramente nominal. El divorcio entre representantes y representados pareciese el único contrato social y político que toma lugar en la Colombia contemporánea.

El alejamiento entre electores y elegidos se acentúa merced al “microempresariado electoral” y la “cartelización” de los partidos políticos que se mantienen en contienda. Para que dicha “cartelización" se cumpla, como lo señala Juan Carlos Monedero en su más reciente libro curso de política para gente decente “Es necesario la rebaja ideológica de los partidos que compiten electoralmente con posibilidades de gobernar en algunos de los niveles de la administración. Esa rebaja ideológica desemboca en el cinismo, el oportunismo o el miedo señalados como rasgos propios de la época”(1).

Esa renuncia a la expresión ideológica de los partidos y movimientos colombianos, ha desembocado en la consolidación del centrismo o “lugar común” donde las diversas agrupaciones disputan un lugar gaseoso, ambiguo y caótico, sin límites ni propuestas, y mucho menos proyectos claros, un “lugar común” donde los candidatos y partidos con plataformas de derecha o izquierda niegan su verdadera esencia para no perder el favor de nuevos electores. El engaño como regla, el “divide y vencerás” como canto de victoria.

La violencia en Colombia cimenta sus raíces en la ausencia de política diversa en los escenarios institucionales y no institucionales. En su momento, no hubo una resolución positiva de las diferencias y la exclusión de facto por parte del establecimiento a nuevas alternativas diferentes al binomio Liberal-Conservador terminaron por llevarnos a un callejón sin salida en donde las expresiones políticas armadas se rebelaron contra ese "centrismo" colmado de arbitrariedad.

El proceso continuó con una paulatina fractura en la médula política de las mayorías, que terminaron delegando su poder de decisión en intermediarios dudosos, como lo son la mayoría de políticos, que sucumbieron ante la hábil y efectiva estrategia de los funcionarios del poder quienes al final cumplieron con su cometido: lograr hacerse elegir en los cargos de elección popular con índices de abstención que en promedio se aproximan al 40%.

Esta ruptura entre gobernantes y gobernados y entre diversos grupos de interés que coexisten en el seno de la nación, ha terminado por encontrar pilares más sólidos gracias al narcotráfico y su cultura individualizante, contraria a la construcción de tejido social.

La crisis no ha devenido en hecatombe debido a las descomunales cantidades de dólares que los narcóticos inyectan a la economía nacional. El bloque hegemónico ha contado con la suerte del jugador, al recibir un salvavidas que le ha permitido no naufragar y perder su chapa de régimen.

Lo anterior le ha evitado a la oligarquía tradicional el asumir responsabilidades individuales y de minoría, sobre el desastre social que sitúa al país en los últimos lugares de distribución del ingreso, movilidad social y estabilidad laboral.

Sumado al “traquetismo” que permeó todos los ámbitos de la sociedad, contamos con un influjo mediático que lucha a muerte contra la razón de las mayorías: novelas de prepagos, apologías a la prostitución, el narcotráfico, el dinero fácil y el paramilitarismo como forma de ejercer la justicia por cuenta propia son el común denominador de esta histeria psicológica.

El rol de los medios y el establecimiento ha sido el de crear nuevos enemigos instalados en los vulnerables imaginarios colectivos como manera efectiva de despolitizar y privatizar los sufrimientos del conglomerado social, confinando estas realidades a la esfera privada de cada quien.

El vaciamiento de la democracia se ha dado porque los vasos comunicantes entre los diferentes actores sociales, que permitía un juego plural, de visiones disímiles e intereses muchas veces similares, ha sido reemplazado por un lugar no común, desértico, en donde un 1%, de manera distante y arrogante, difunde su credo particular de manera monopólica, por encima de un 99% restante al que persuade de que solo la arité (2) puede trazar la ruta y ser la voz unisonante en la sociedad.

Pero no es momento de llorar sobre la leche derramada y llenarnos de sentimentalismos autorreferenciales, no es momento de olvidarnos del mundo y sus múltiples redes de solidaridad y esperanza que nos enseñan que es posible soñar y poder lograr el cambio.

La coyuntura precisa un nuevo papel de las mayorías en la edificación de una nueva sociedad, sujeta a una nueva multiplicidad capaz de superar el estado insular preponderante. El hoy nos sitúa a las puertas de la irrupción de un nuevo sujeto político capaz de acudir al "somos" antes que al “soy”, reivindicando a un “nosotros” que busca transformar antepuesto a un “ellos” que intenta, a capa y espada preservar. Es momento de hacer públicos y multitudinarios los sufrimientos confinados al ámbito privado.

El presente nos convoca a seguir construyendo ese imaginario de lo alternativo, que acude a un acumulado semiológico alimentado por las narrativas de la lucha contra la corrupción, el no todo vale, la dignificación del agro, la defensa de lo público y la disputa por una educación pública y de calidad.

No hay que seguir sintiendo miedo de juntarnos con otros para decirle si a los cambios, en plural y en coincidencia. Es necesario no solo un nuevo orden social, sino un nuevo orden social posible. El orden social de la Colombia contemporánea es insostenible porque es contrario a la lógica del bienestar, del buen vivir, es imposible porque carece de sentido común, es no solo imposible sino inviable por su incapacidad de resolver la disyuntiva entre consumidor/cliente en contraposición a la noción de ciudadano.

La lucha de clases merece no ser reeditada, pero si la disputa entre poderes fácticos y pueblos soberanos. La tarea cobra un solo sentido utópico: otra democracia en Colombia es posible.

Adenda: Un grupo de jóvenes, entre los que me incluyo, hemos venido construyendo una plataforma de articulación y dialogo político y social ininterrumpido, denominado Somos Ciudadanos (http://alturl.com/s9uhi). En twitter pueden encontrarnos como @somosciudadania. Los resultados del proceso han desbordado nuestras propias expectativas.

Twitter: @pineda0ruiz

(1) Monedero, Juan Carlos, Curso urgente de política para gente decente. Editorial Planeta, 2014, p. 145.

(2) Raíz griega de la palabra aristocracia o Gobierno en que ejercen el poder las personas más notables y más poderosas.

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