Su primo, Gonzalo Gaviria, fue el que le dijo que en Puerto Triunfo había visto unos terrenos propicios para establecer la hacienda que un magnate como él, debería tener. Se fueron en quince motos hasta allá, desafiando trochas y combatiendo, a punta de aguardiente, la sofocante humedad del Magdalena Medio. A él el trago no le gustaba, prefería la placentera calma que le proporcionaba el bareto.
En el camino uno de sus guardaespaldas mató un burro. Él, con los ojos rojos y la boca seca, se bajó y le preguntó al campesino que lloraba por su bestia cuanto costaba. El hombre le dio un precio y Pablo, como solía hacer, miró a Gonzalo y este sacó del carriel un fajo de billetes que correspondía a tres veces el valor del burro. Al campesino se le borraron las lágrimas. Las cosas con plata se arreglan más rápido.
Después de cinco horas llegaron a la casa del dueño del terreno. Era un señor mayor, con principios y aferrado a su tierra. No quería vender. Sin embargo al Diablo es muy difícil decirle que no. Por un costal de dólares Escobar compró las 3.000 hectáreas que constituirían la Hacienda Nápoles. En un par de años no sólo construyó cuatro casas, una pista de aterrizaje, 20 lagos artificiales y seis piscinas, sino que al traer 200 especies de África cambió un ecosistema.
Se acababa 1978 y la hacienda Napoles era su lugar en el mundo. Cada vez que sentía que el cerco sobre él se cerraba, se sentaba en una mecedora, junto a sus hijos, a ver el plácido vuelo de las exóticas aves que habitaban los árboles de la selva que había fabricado. Era un juguete de 65 millones de dólares del que disfrutó a plenitud diez años, cuando él le declaro la guerra al Estado y el Estado le respondió golpeándolo en lo que más quería: la hacienda Nápoles. Desde Agosto de 1989 a raíz del asesinato de Luis Carlos Galán el gobierno Barco tomó posesión de la casa y adecuaron el predio para un parque temático con propósitos turísticos. El visitante puede encontrarse con dinosaurios de cemento, animales de la estepa africana, aviones y autos abandonados, y hasta hace unos días la derruida casa del capo de los capos: Pablo Escobar.
También había una antigua plaza de toros, ya que el delincuente era aficionado a la tauromaquia, y que una vez convertida la finca en parque temático se convirtió en el "museo africano” que también se vino abajo.
En las antiguas ruinas de la Hacienda, en las que se podía apreciar que el capo no vivía en una residencia lujosa y ostentosa, se había instalado un pequeño "museo" dedicado a la memoria de los que fueron asesinados por el narcotráfico en Colombia y había una interesante muestra de recortes de periódicos, fotografías y láminas a todo color o en blanco y negro por donde se hacía un recorrido por la historia de los trágicos años ochenta y noventa en el país. Ahora, al parecer, todo eso es ya historia pasada porque a principios de este mes la casa no aguantó por más tiempo y sucumbió ante el abandono y la inclemencia del tiempo y del estado, quien estaba en la obligación de conservarla.
“Poco hierro en su estructura, sin vigas de amarre, mal cálculo de los pesos y un diseño poco estructurado, fueron el comienzo de graves patologías que luego se encargaron de complementar el abandono, el agua, los saqueadores y guaqueros y el paso ineluctable del tiempo", explicaba el diario El Espectador cuando reseñaba el derrumbe de la mansión de Escobar apenas hace unos días.
Al parecer, se señala desde la dirección del parque temático en que acabó reducida la hacienda, la casa no tiene interés cultural ni arquitectónico y no se reconstruirá por carecer de la suficiente entidad histórica. De aquello que de lo que no se conserva ni siquiera un fósil, ni las ruinas de lo que un día fue, puede parecer que realmente no ha existido. Pero no es así. Nuestra historia, nuestro pasado, es imborrable por mucho algunos se empeñen en olvidarlo y reducirlo a una suerte de leyenda fantástica al estilo de las que han tejido muchos con Pablo Escobar y otros capos, quizá por miedo o porque piensan que es mejor pasar la página y listo. La responsabilidad del mantenimiento de la casa recaía en la Dirección Nacional de Estupefacientes y del municipio de Puerto Triunfo.
No debería ser así. Las nuevas generaciones, que carecen de memoria histórica, tendrían que conocer en profundidad las raíces y las huellas del mal, porque solamente desde el recuerdo y la reivindicación del dolor de los inocentes se pueden escribir las verdaderas páginas de la historia de un país y también se pueden conjurar a los nuevos peligros, a veces brutales, que nos acechan a la vuelta de cualquier esquina. El pasado siempre vuelve.
Nota final: Estas instantáneas de la Hacienda Nápoles fueron tomadas unos días antes del derrumbe ocurrido a principios de este mes por el autor de estas líneas.