Las 50 sombras de Grey, ¿Por qué ha gustado tanto?

Las 50 sombras de Grey, ¿Por qué ha gustado tanto?

La combinación de plata, romance y sadomasoquismo, disparó la taquilla con 500 mil espectadores en su estreno.

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febrero 16, 2015
Las 50 sombras de Grey, ¿Por qué ha gustado tanto?
foto de www.ciudad.com.ar

Se notaba que a pesar de los tacones altos, su chaqueta de cuero y el exceso de maquillaje en su rostro, ella no tenía 15 años. Sus amigas pudieron sortear la taquilla sin problema, pero la chica, que como sus compinches llevaba una camiseta que decía “Soy sumisa” en la espalda, tuvo que rogarle al hombre que impedía su entrada y como la fila que se hacía detrás de ella era cada vez más larga, el tipo no tuvo otra opción que dejarla pasar. Corriendo, la niña convertida en mujer por culpa de Cristian Grey, fue a buscar a sus compañeras. Se abrazaron, buscaron la sala y se ubicaron en el centro.

Al frente de ellas, después de un pésimo documental colombiano y de unos cuantos traillers, se deslizaba la película. El público que abarrotaba la sala eran básicamente adolescentes alebrestadas y novios aburridos que trataban de pagarles el favor de cuando los acompañaron a ver la vigésima tercera entrega de Rápido y furioso. Algunas llevaron el libro de Erika Leonard James con la esperanza de que les sucediera lo mismo que le pasó a Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo: que el personaje principal se saliera del lienzo y se pusiera a firmar autógrafos a diestra y siniestra, pero que va, Grey está muy ocupado atendiendo periodistas virginales que entre suspiros, lo entrevistan para un mísero periódico universitario.

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Una de ellas, justo la que está hoy en su oficina admirando la perfección de su barbilla, lo ha seducido por su sencillez y sobre todo, por su pinta hípster.  Sin que sepamos muy bien porque razón, Cristian, aquel que su creadora describe simplemente como alguien “Tan lindo, tan hermoso, que era un delito ser tan atractivo”, el yuppie inclemente que amasó su inmensa fortuna de tan misteriosa manera que ni siquiera E.L. James sabe cómo, el filántropo e interesante magnate, rodeado siempre de esculturales modelos, se ha fijado en la chica más insípida de Seattle.

En la sala nadie se pregunta eso. Lo único que se escucha son los suspiros de las adolescentes que ya no esperan que los príncipes azules lleguen en caballo y con un ramo de flores, sino que desciendan del cielo en helicópteros y tengan en sus manos el látigo que preconizó Schopenhauer.

Tengo que ser sincero, yo también me sentí como una groupie del irresistible millonario. El dolor que sentí al soportar las dos horas de metraje solo se compara con una sesión de cuerdas tensadas y correa venteada.  Es una verdadera pena pero a pesar de mis esfuerzos no pude conseguir el orgasmo. Por los suspiros hondos y uno que otro aullido supuse que las chicas si lo habían logrado. Me alegré por ellas, aunque mi alegría se tornó rápidamente en preocupación y tristeza: pobres chicas, crecerán creyendo encontrar en sus vidas a un tipo insoportablemente hermoso, profundo, inteligente, millonario y sutil, que las amarre sobre un potro medieval y le diga todas esas cosas lindas que dicen los amantes mientras les deja la espalda en carne viva a sus sumisas.

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Quitémonos las máscaras de cuero y digámonos de frente la verdad: cincuenta años de liberación femenina vinieron a terminar en este sadomasoquismo de vainilla que, lejos de tergiversar una práctica sexual absolutamente respetable, lo que muestra es la necesidad milenaria que ha tenido la mujer por verse sometida ante su troglodita, ante aquel que es capaz de cuidar de ella en la precariedad de su cueva, la que mata a otras hembras por ser la única en el camino de su hombre. Y lo único que pide, así la arrastre por el suelo de las mechas, es que le traiga un pedazo de Ñú para mantenerla viva.

Y no cualquier hombre podrá mantener sus gustos caros: tiene que ser él, mister perfección, el que arregla sus desavenencias manipulando un planeador a diez mil pies de alturas, el hombre que le gusta sudar como un pretexto para quitarse la camiseta y mostrar sus abdominales perfectos.

Las chicas, inevitablemente, miran a los muchachos que las acompañan y quieren vomitar. Están gordos, tienen barros y el último regalo que les dieron fue una Jumbo Jet tamaño familiar. Pensar que en los rascacielos del centro puede haber un Cristian Grey esperando por ellas es una tentación muy difícil de vencer. Lo mejor será desechar al perdedor de turno e ir a buscar la gloria entre los brazos de un hermosísimo industrial. Poco o nada les importará que las azote, lo que importa es el prestigio que sólo da tener el objeto más deseado de todos.

E.L. James como el noventa y ocho por ciento de las mujeres se sentía frustrada en un matrimonio sin sexo. En las noches de ocio, mientras la bestia roncaba, se leía la saga de Crepúsculo. Una vez ingresó a un chat y, usando su imaginación, empezó a inventarse una especie de continuación, un género que tiene nombre y se llama Fan Pic. La disertación poco a poco se le fue convirtiendo en una novela y el vampiro ahora era un tipo rico y enfermo sexual que le gustaba azotar nalgas y Bela era otra chica tonta e ingenua que caía rendida ante la mirada matadora del galán.

Así sin más, sin imaginación, ni talento, James lanzó su obra y como ha sucedido con tanto libro malo se volvió un best seller y vendió 40 millones de copias y a los lectores no les importó que la novela tuviera frases tan imbéciles como  “Mi diosa interna baila el merengue con palos de salsa” y desde que salió se imaginaron la adaptación al cine y le pusieron el rostro de Matt Bonner primero y luego el de Charlie Hunnam a su sádico favorito y al final escogieron a esa nulidad llamada Jamie Dorman y aunque al principio lo criticaron y la incompatibilidad entre él y Dakota Johnson es más que evidente, a la gente no le importó y colmó la sala y romperá todos los records de taquilla, simple y llanamente porque los idiotas ganaron la guerra y no hay nada que hacer, sólo sucumbir ante la mediocridad y tratar de no ahogarse entre ese mar de mierda que es el Hollywood de nuestros días.

Las luces se encienden y las niñas salen temblorosas. Tienen miedo de que en la noche, Cristian Grey aparezca de la nada, con un látigo en la mano. El olor a cuero las excita y tienen miedo, saben que ante la oferta de un multimillonario como él toda dignidad caerá. Nunca antes fue tan cool ser una prostituta humillada.

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