Mientras los lunes de las últimas semanas, medio mundo se levantaba alterado por un nuevo capítulo de Juego de Tronos y mis redes sociales amanecían llenas de elogios y reprimendas por igual, yo —más local, más fiel al telurismo latinoamericano y más sentimental— esperaba la noche para ver un nuevo capítulo de Hasta que te conocí, la miniserie basada en la vida de Juan Gabriel.
La miniserie —producida por SOMOS Production en asocio con Disnep Latinomérica, para los canales TNT, Telemundo y TV Azteca— se convierte desde hoy en la apuesta de RCN Televisión, para repuntar su exiguo rating. RCN se la juega con esta serie y de paso muestra la bochornosa falta de creatividad en que está sumida la televisión nacional. En su caso particular esto se patenta en producciones tan mediocres y fofas como Master Chef y Bloque de búsqueda.
Otra vez la apuesta es por lo único que funciona en las pantallas de los colombianos: las biografías de artistas famosos. A RCN le fue muy bien con el Joe y con Diomedes, series que produjo el canal. Por eso las esperanzas están puestas ahora en un producto extranjero para intentar restarle puntos a Caracol Televisión que con el Desafío y La niña navega incólume en el rating nacional, si bien ambos productos no descuellan por su calidad. El primero es reiterativo y el segundo, inverosímil.
Hasta que te conocí es una miniserie de trece capítulos. Cuenta con la excelsa actuación del colombiano Julián Román en el papel de Juan Gabriel (los últimos cuatro capítulos) y del mexicano Carlos Yorvick, quien interpreta al artista en su juventud, cuando era conocido por su verdadero nombre, Alberto Aguilera Baladez.
La miniserie aborda los momentos más importantes de Juan Gabriel durante sus primeros cuarenta años de vida: el abandono en el internado durante la infancia; el desprecio de los hermanos y de la madre; su años de aprendizaje con Juanito, su primer maestro; sus días en el coro de la iglesia y en Ciudad Juárez; la primera aventura a Ciudad de México; su año y medio en la cárcel; el ascenso a súperestrella de la canción, primero como compositor y después como cantante; la muerte de la madre y el nacimiento de su primer hijo; y finalmente, la presentación en el Palacio de Bellas Artes en Ciudad de México, cuando celebró sus 20 años de vida artística. Este, a mi gusto, es uno de los mejores tres conciertos que un artista latinoamericano ha dado en un auditorio cerrado.
Desilusionados quedarán quienes se acerquen a la miniserie llevados por el morbo. No habrá drogas como en el Joe o Diomedes. Tampoco se encontrarán las extensas jornadas orgiásticas que, cualquiera podría presumir, existen en la vida de alguien que por el común de la gente es visto, antes que como un cantante sin par, como el prototipo de loca. No, no se aproximen a la miniserie llenos de prejuicios, ni buscando encontrar una señal que les permita de una vez y para siempre aclarar la nunca comprobada homosexualidad de Juan Gabriel.
No habrá tampoco extensas escenas de conciertos ni se desviará el foco de lo realmente interesante en este tipo de producciones: contar la vida del artista.
Los que seguimos la serie de Diomedes recordamos como en la medida que el rating favoreció a RCN, la novela se alargó sacrificando con ello la calidad que mantuvo los primeros capítulos. Recuerden las escenas de los conciertos larguísimos y pésimamente construidos en su escenografía, recuerden como la historia de Diomedes termino siendo también la historia del papá de Diomedes, de la hermana de Diomedes, de las mujeres de Diomedes, del acordeonero de Diomedes. Todo para mantener el rating. Al final el rating bajó y Orlando Liñán convirtió al personaje en una caricatura.
Volvamos a la miniserie de Juan Gabriel. Se encontrarán los televidentes con una producción pulquérrima. No habrá detalles adicionales o secundarios. Juan Gabriel canta lo que tiene que cantar y la historia cuenta lo que tiene que contar.
Los mexicanos que, como nosotros, son tan malos contadores de historias para la televisión han demostrado con Hasta que te conocí que se le puede apostar a productos televisivos de corta duración, pero de mucha calidad.
Un mérito de la serie es que logra un equilibrio perfecto entre la vida personal de Alberto Aguilera Baladez y la artística de Juan Gabriel. Los que hemos visto conciertos y entrevistas del Divo de Juárez sabemos que al hombre lo caracteriza una inocencia natural, un desborde de pasión por la música y un sentimiento pueril. Lo que es Juan Gabriel como artista—lo que es Alberto Aguilera Baladez como persona— en la serie se transforma en un impecable lenguaje audiovisual.
Cada capítulo le transmite al televidente una armoniosa delicadeza en la que la sensibilidad propia del artista comulga con lo que se cuenta sobre su vida. Hay en Hasta que te conocí inocencia y pasión, sueños y sufrimientos. Y esto lo capta hasta el televidente más desprevenido.
Notable es la actuación de Julián Román. Ni muy macho, ni muy loca. Su actuación es medida, perfecta. Logra captar el brillo natural de los ojos de Juan Gabriel, logra captar el acento norteño, sin llegar a la ridiculización, y logra demostrar que en este país la calidad actoral persiste a pesar del deseo de los canales y productoras de privilegiar los rostros bonitos, sobre el talento.
La gente que escribe para la televisión en Colombia debería ver esta miniserie. La gente que produce telenovelas y series en Colombia debería ver Hasta que te conocí.
Los primeros —expertos en poner a hablar majaderías a los personajes que malcrean y con ello demuestran su bajo nivel de lectura— para que aprendan el valor de la pulcritud en la escritura. Oigan en la miniserie cada fragmento de la voz en off, oigan las líneas de cada personaje. En Hasta que te conocí cada palabra es dicha con justeza, cada línea es verosímil, y ante todo, expresiva.
Y los segundos para que comprendan que los tiempos han cambiado, que la mayoría de los colombianos no estamos ya para aguantar culebrones de nueve meses.
Yo la veré, con toda seguridad, por tercera vez.
@victorabaeterno