La ola de suicidios en el Quindío

La ola de suicidios en el Quindío

Más de 240 personas se han quitado la vida en este departamento en los últimos 6 años, según Medicina Legal

Por: Jairo Alberto Cardona Reyes
mayo 06, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La ola de suicidios en el Quindío
Foto: cronicadelquindio.com

 

Nos enfrentamos a una situación muy preocupante, especialmente en estos años que han transcurrido después del terremoto del 25 de enero de 1999: una ola de suicidios crece en el Quindío y debemos estar alerta. Es posible que el uso de un modelo sesgado de investigación y prevención sobre el tema, parcialice las estadísticas y suavice los porcentajes para apaciguar a la comunidad, mientras que a escondidas o en público, la gente se sigue suicidando. Además, esto revela un problema de fondo, una crisis moral en donde ya no importa el otro, en donde el creciente individualismo no nos deja pensar en el bienestar de los demás.

Las suicidología, que es una disciplina reciente que se ocupa del estudio de los diversos aspectos relacionados con el suicidio y su prevención, tuvo sus orígenes en las teorías sociológicas de Emile Durkheim y posteriormente se complementó con las teorías psicológicas de Sigmund Freud y sus seguidores, los cuales poco a poco fueron derivando sus investigaciones hacia un perfil psiquiátrico, dándole gran importancia a los factores biológicos de la conducta suicida a entre 1950 en 1970, derivando esto en el desarrollo de una empresa farmacológica sin precedentes. Dichos factores biológicos ocupan un puesto importante en la explicación más integral del suicidio y la comprensión del hombre como un ser biológico, psicológico y social (aunque entendiendo ese factor “social” desde una reinterpretación psicológica).

En ese sentido, la suicidología ha manejado hace unos 100 años un perfil estrictamente psiquiátrico, a pesar de que dicha forma de abordar el tema del suicidio tiene serias dificultades: se centra en la medicalización del paciente, respaldando el mercado mundial de antidepresivos que mueve unos 17.000 millones de dólares al año; en el encierro en instituciones de salud mental y en la descalificación de la persona, esto lo digo pensando en lo que afirma Foucault de que la reclusión psiquiátrica se tiene pensada para marcar los límites entre los normales y los anormales. Indicando que el suicida es un “enfermo mental”, decimos que es el “anormal” que no queremos ser, es por esto que los repudiamos y desconocemos, como hacemos con los llamados enfermos mentales.

En el Quindío siempre se ha manejado ese perfil psiquiátrico y prácticamente el trabajo que se ha de hecho es capacitar y especializar sobre todo a los funcionarios de la salud mental, pero el problema es que muchas de las personas que se han suicidado en el departamento no tienen EPS, no tienen Sisbén, no van al hospital, se suicidan en la calle o en su propia casa.

Tuve la oportunidad de asistir a dos eventos sobre el suicidio en el Quindío, los cuales, para mí, hicieron evidente las deficiencias de ese perfil psiquiátrico del manejo y prevención del suicidio. La primera charla llamada: “prevenir y aclarar conceptos sobre el suicidio”, realizada el 7 de julio de 2012 en el Hospital Mental de Filandia, sede Armenia, realizada por el psiquiatra Óscar Cabrera y un funcionario de la Secretaría de Salud de Armenia. Allí el psiquiatra se dedicó a dar estadísticas (bla bla bla bla), ante lo cual yo que pensaba, “esto para qué puede servirle a sus pacientes, si mucho para infundirles miedo”. El funcionario de la Secretaría de Salud de Armenia dijo, complementando la exposición del médico: “es que los que se suicidan son brutos, además ellos saben que eso está mal hecho, por eso es que se matan escondidas”. Los pacientes, que eran más o menos 30, de los cuales la mayoría había tenido un intento de suicidio, agachan la cabeza y aceptan el regaño. Lo que se hizo ese día fue difamar, insultar a la gente y tratar de conseguir con eso clientes que se hicieran el tratamiento en esa institución, lo cual se reforzó con la insistente promoción de sus servicios.

El otro evento al que asistí fue el I Simposio sobre Suicidio: Actualización en Investigación y Retos para su Intervención, organizado por la Universidad de San Buenaventura Armenia y realizado en la Universidad del Quindío, el 5 de mayo de 2015. Allí me llaman la atención dos posturas que encontré, la primera de la psicóloga Deisy Viviana Cardona Duque, la cual habla primero de la reflexión que hace Albert Camus sobre el suicidio y el absurdo de la vida, y sobre la interpretación que hace Durkheim del suicidio como un fenómeno derivado de causas sociales; y luego dice: “esas eran interpretaciones de la filosofía y la sociología importantes en otro tiempo, pero hoy en día ya no sirven”. Cuando pregunto por qué se descalifica el aporte que podrían hacer otras disciplinas en la reflexión del tema del suicidio e incluso la prevención y por qué en ese sentido la psiquiatría no quiere abrir la discusión ni recibir aportes. La respuesta la dio el psiquiatra José Fernando Castrillón: “solamente la psiquiatría tiene la potestad de tratar el tema del suicidio. No se trata sólo de hablar con la persona, ni es suficiente con el psicólogo, todo aquel que tenga ideas suicidas es un enfermo mental y hay que medicarlo e internarlo el tiempo que sea necesario. Otras disciplinas podrán decir lo que quieran pero nada de eso sirve, solamente el psiquiatra sabe cómo manejarlo”.

De todo esto podemos decir que el modelo psiquiátrico de prevención e intervención del suicidio parcializa el discurso sobre el paciente que quiere suicidarse, se centra en descalificarlo como persona y afirmarlo como “enfermo”. Es precisamente a partir de aquí que surge el conflicto con el modelo sociológico, para el cual, los suicidas no son “enfermos”, sino que son, adivinen que: personas. Decir que todo suicida es un enfermo mental implica el desconocimiento del fenómeno que está pasando en el Quindío, en los últimos seis años las estadísticas han dado un giro drástico, ya no se suicidan en mayor cantidad los drogadictos o los jóvenes depresivos como pensaría la postura psiquiátrica, sino personas entre 40 y 80 años, las cuales evidentemente son víctimas de circunstancias sociales como el desempleo, la pobreza, el hambre o las deudas, como el famoso caso de la joven de 28 años, Érika Salazar, que amenazada por prestamistas prefirió envenenar a sus tres niños y suicidarse.

En este sentido, podemos entender por qué para el modelo sociológico, basado principalmente en los estudios de Durkheim, la sociedad es la culpable del fenómeno del suicidio, pues, lo que está en la naturaleza de cada hombre individual no es más que la repercusión de lo que éste se ha hecho en medio de la sociedad, esto, a partir de los recursos que la colectividad le brinde (o deje de brindarle) por eso, los motivos de la acción suicida no vendrán, de acuerdo a Durkheim, completamente de cada uno, a pesar de que sea una decisión elegida conscientemente, sino que en el fondo, serán estructurados a partir de los presupuestos del grupo social particular en el que éste está inscrito. La consecuencia será el aislamiento o la integración total y la muerte autoinfligida.

Otra noticia que también podría hacernos pensar que el modelo sociológico para el manejo y prevención del suicidio debería implementarse, es la que nos narra John Jolmes Cardona en La Crónica del Quindío, sobre el suicidio de Carlos Andrés Restrepo que se lanzó del puente La Florida en 2014:

!Los espectadores instaban al ciudadano a lanzarsse (...)que creí que no lo haría, que era lo que pensaban las muchas personas que acudieron a la que tomaron como una función.

(…) me molestaban los gritos de la gente que a mis espaldas, en un acto que todavía no puedo comprender, le gritaban que saltara, que lo hiciera, que era una gallina, que era un simple cobarde.

(…) alaridos que se mezclaban de forma macabra con risas

(…) Sus manos seguían sujetas a la baranda y yo alcanzaba a ver en sus ojos un brillo demente, pero al seguir escuchando los chistes, las burlas, las frases sin sentido, volteé y vi en los expectantes aquella misma mirada de locura.

(…) No eran todos, tengo que decirlo, porque en otros ojos vi una tristeza grande…

(…) Yo lo estaba mirando cuando sus brillantes ojos y su cuerpo entero fueron tragados por la penumbra.

(…) El acto había terminado, al voltear vi como los cabalmente ciudadanos se alejaban... pronto ascendió la mala nueva de que Carlos Andrés había muerto.

(…) Yo no he podido sacarme esa imagen de la mente y me niego a creer que la indolencia que presencié aquella noche haya sido real. También me niego a creer que la vida importe tan poco.

Lo anterior nos demuestra que no estamos volviendo una ciudad grande, ya no nos importa en otro, no queremos ayudar a nadie, el sufrimiento de los demás se ha convertido en una atracción por una simple noticia que pasamos de largo!.

Podemos pensar entonces, después de todo lo dicho, y como lo afirma la postura de Durkheim, que es necesario establecer una formación moral en donde debe estar involucrada en la escuela, la Universidad, los padres de familia, las instituciones y las leyes. Para Durkheim, Solamente una sociedad cohesionada impide que sus miembros evadan la responsabilidad que tienen con ella, al darse muerte. Si la persona se integra, aprenderá a mantenerse vivo para los otros, superando los problemas que puedan presentarse, mediante un apoyo mutuo y constante con los demás. Formación moral implica el compromiso de restablecer el tejido social, restablecer la cohesión social, restablecer el lazo entre los individuos. En este sentido, se tienen que empezar a atacar las causas sociales del suicidio y no al suicida, como acostumbra el modelo psiquiátrico.

A nivel personal, podemos actuar en contra de factores determinantes que estén a nuestro alcance, contra el maltrato intrafamiliar, contra el abandono de los ancianos, la intolerancia, entre muchas cosas que nos pueden ayudar a velar por el bienestar del otro.

A nivel del gobierno local y regional, primero, atacar nuestros principales problemas sociales como son el desempleo y el microtráfico. En segundo lugar, necesitamos grupos de supervivientes para comprender la experiencia del duelo y el sentimiento de superación, no grupos de autoayuda; necesitamos una línea de atención local como el 125 pero que funcione, ya que el 01 8000 113 113, línea de atención nacional en salud mental, que aparece en la página de la alcaldía de Armenia, tampoco sirve; se necesita una capacitación “real” para las instituciones, colegios, universidades, padres de familia, bomberos, policía, defensa civil; y con “real” me refiero a la manera de enfrentar situaciones de riesgo suicida, cómo repensar el problema centrándose en la persona particular, sin tratar de atacarla para proteger a la colectividad, como acostumbra al modelo psiquiátrico; establecer un equipo de profesionales, voluntarios y pasantes de diversas disciplinas que ayuden a estructurar un verdadero modelo de prevención del suicidio; vincular universidades y grupos de investigación que ofrezcan resultados reales y no solamente estadísticas, como los que tiene la Universidad Von Humbolt y la de San Buenaventura.

Para terminar, quiero dejar algunos datos:

Según el Instituto de medicina legal y ciencias forenses, entre los años 2010 y 2014, se suicidaron 206 personas en el Quindío.

En 2015 y  lo que va de 2016 se han suicidado en el Quindío: Nelson, Héctor Julio en Calarcá; Sor María,  Rubén Darío, Angie Vanessa en Quimbaya; Carlos Antonio, Alejandro, Juan Carlos, Verónica, Alfonso, Johana, Jaime, Pedronel,  Jesús, Orlando,  Jhon Gérman, Francisco, Jonathan, Libardo,  Johan Stiven, Camilo, Rubén, Sofía Catalina, Adalberto, Iván Alberto ,Carlos, Sigifredo, James y  Jhon Henry en Armenia; Jhon Darío, Cosme,  Carlos Alberto en Montenegro, Daniel, Arley en Circasia, José Ovidio en Pijao; Eduardo en Buenavista( pongo aquí los nombres y no el números de suicidas para hacer notar el efecto suavizante y encubridor que las estadísticas tienen sobre la realidad concreta), fuera de otros casos que la Gobernación y las Alcaldías no han querido reportar como suicidios para no verse mal ante el país, o que las familias de los afectados quieren ocultar para evitar el señalamiento social. Y tendrán que morir muchos más antes de que veamos la necesidad de encontrar soluciones verdaderas.

Conclusión

Es evidente que el gobierno local y regional ha pensado estos últimos años que el fenómeno del suicidio no es más que un problema de salud pública o de salud mental y no un problema derivado de una realidad social deteriorada. Al contrario, podemos decir que el que se mata no es simplemente un loco, un pecador o un delincuente, sino una víctima de la violencia social, de la incomprensión, del aislamiento, del estigma. Tenemos que hablar de los suicidios en el Quindío desde diferentes posiciones, desde diferentes saberes, para poder buscar soluciones, para poder implementar mejores políticas de prevención, para motivar de nuevo en los ciudadanos el interés por los otros. El tabú del suicidio no puede obligarnos a seguir en silencio: la responsabilidad del suicidio debe ser colectiva.

@awendevardar

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