“Todos quieren la más bonita, pero nadie la saca a bailar”, así definía un amigo lo que ocurre con la educación en Colombia. Y los hechos, particularmente en temporada de elecciones, le dan toda razón.
Sobre la educación todos opinan y todos están de acuerdo en que hay que hacer más. Es tal su poder para generar consenso alrededor de su importancia, que la educación se convierte en el tema perfecto para servir de comodín en cualquier discusión que se pretenda crítica.
“Es que nos falta educación”, “es que todo sería distinto con una mejor educación”, son los recursos retóricos de mucha gente que cree hallar en la educación la causa y remedio de todos los males de la sociedad. Ante un asesinato, un robo o lo que sea, presentan la educación como el arma más eficaz para tener una sociedad perfecta y libre de todo mal, a pesar de que la misma realidad se encargue de rebatir esos supuestos.
Los límites de la acción pedagógica y el verdadero impacto transformador de una política educativa es algo sobre lo que pocas veces nos sentamos reflexionar. Hasta dónde y cuánto le podemos pedir a un profesor en su rol, o hasta qué punto es deseable que el Estado financie y proponga todas las acciones educativas, son preguntas que pocas veces hacemos.
Desafortunadamente, la educación se ha convertido en extraña panacea que, a la vez que cura todos los males, nadie sabe claramente cómo lo hace, ni en razón de qué puede hacerlo.
Gracias a una visión muy romántica e ingenua de la educación que ha calado en la opinión pública, muchos charlatanes hacen de las suyas promoviendo propuestas que suenan bonito, pero son perfectamente irrealizables e incluso indeseables para el país.
Pero gracias también a este prejuicio, muchos aprovechan para deshacerse de su real responsabilidad ética y política en la situación del país culpando abstractamente a la educación de todos las desgracias de la sociedad.
Hoy, los charlatanes que aparecen cada cuatro años para defender una educación que en ningún otro momento les importa, empiezan a decir que van a trabajar por solucionar todos los males del sistema educativo invirtiendo recursos que nadie sabe cómo van a conseguir, o presentando reformas que ni siquiera se han preocupado por escribir.
Hoy, empiezan a pulular todos esos líderes del sector educativo que dicen luchar por los niños y jóvenes de Colombia, cuando en realidad solo les preocupa una posición política dentro de su gremio y una que otra prebenda económica. Gritan y alzan el puño desde el sindicato, el “movimiento” o el partido para demandar una mejor educación, mientras sus precarias propuestas delatan muy bien que ni siquiera se han sentado a determinar la viabilidad, factibilidad o impacto social de lo que proponen.
Hoy, empiezan a robar pantalla todos los habladores de basura que dicen que invertirán más en educación, sin decir de dónde sacarán la plata, si las fuentes de financiación que proponen son políticamente realizables o si son fiscalmente responsables.
Pero de eso se trata en gran medida la política: en proponer sin saber. En formulitas retóricas que suenan bien, pero cuya traducción a los hechos es perfectamente imposible o incluso indeseable.
Hoy, empiezan a hacer política con la educación todos los farsantes que se escudan en su propia ignorancia para hablar de educación.
Hoy, salen todos estos embusteros a enamorar incautos y sacarles el votico en nombre de una educación que solo saben mejorar desde la tribuna política pero no desde las aulas.
Hoy, salen todos estos vampiros a decir que trabajarán por mí, por los hijos que no tengo y por los “hijos de Colombia”.
Dicen que la educación es la mujer más bonita de toda la fiesta, pero no tienen ni idea de cómo sacarla a bailar. E incluso se contentan con solo hablar de ella mientras la miran cómodos desde su silla.
Una pista para reconocerlos: todos abren la boca y pronuncian excitados la palabra: GRATUIDAD.
Preguntas sueltas
¿En serio el aporte Fecode a la calidad educativa es pedir que no evalúen a los maestros?, ¿en serio serán capaces de marchar contra las evaluaciones el próximo 13 de febrero? Vivir para ver…