El acceso democrático a la información es un privilegio, pero también es un arma de doble filo.
Jamás elegiría el escenario de mi infancia y mi adolescencia sobre el actual. En ese entonces el único recurso para acceder al conocimiento eran las bibliotecas, todas ellas amadas, pero todas ellas, también, limitadas y muy pocas veces actualizadas.
Sin embargo ese marco reducido tenía, precisamente porque lo era, una notoria ventaja: las fuentes respetables de información eran fáciles de identificar.
¿Necesitabas información médica?
Pues la buscabas en los textos médicos o en las publicaciones de las facultades de medicina.
¿Necesitabas datos históricos?
Pues bastaba acudir a las delicadas enciclopedias de historia repletas de grabados estimulantes y biografías inabarcables.
Toda profundización se dificultaba, es verdad, pero la idoneidad de las fuentes estaba garantizada en la inmensa mayoría de los casos.
Hoy la información llega en avalancha, nos aturde, nos bombardea.
Y ese océano de datos al alcance de un simple click se compone, como no, de publicaciones respetables y prestigiosas, pero también de un agobiante número de artículos distorsionados, tendenciosos y, en no pocas oportunidades, abiertamente falsos.
Y esto no sería un problema mayor si no sufriéramos de esa peligrosa propensión a validar todo lo escrito o publicado por el simple hecho de que se ha escrito o se ha publicado; si aplicáramos a lo que leemos el mismo sano escepticismo que ejercemos cuando un desconocido nos intenta vender un carro y nos dice que está en perfecto estado; si verificáramos antes de validar.
Pero no lo hacemos.
Replicamos, publicamos y validamos cualquier información que aparezca en las redes sin tomarnos el elemental trabajo de verificar la fuente y su respetabilidad.
Basta dar una vuelta por esa cloaca llamada Facebook para encontrarse joyas como estas:
Terapia con limón congelado: 10.000 veces mas potente que la quimioterapia.
Guanábana. Otra cura para el cáncer.
GraviolaTree "10.000 Times StrongerKiller Of CancerThanChemo"
El Hospital John Hopkins declara “la Quimioterapia es la gran equivocación médica”.
Y lo realmente sorprendente -y decepcionante- es que la refutación a estas publicaciones están también a la vuelta de un clic, como, por ejemplo, la carta oficial del Hospital John Hopkins desmintiendo esta última noticia.
Bastaría que quien replica una información de este tipo, utilizara esa vocación de crítica hacia el conocimiento científico tradicional para, por lo menos, cerciorarse de la validez de una noticia que, en el menor de los casos y de ser cierta, derrumbaría el trabajo de cientos de miles de instituciones y profesionales a lo largo del mundo.
Pero no. La vocación del lector promedio se resume en: si me atrae o si valida lo que creo, lo replico.
Y a esa liviandad en la validación de los datos, se suma la existencia de aparentes validadores que no resisten el más elemental análisis.
Pienso como ejemplo específico en el exitoso y lamentable History Channel. El canal de entretenimiento de A+E Networks que desde su nombre se presenta como fuente de conocimientos en historia y que no es más que una alcantarilla de divulgación seudocientífica.
Abro su página en Internet y estos son algunos de sus programas: En busca de monstruos, Alienígenas ancestrales, Milagros decodificados, Cazadores de tesoros, Contacto extraterrestre, Locos por los autos y La maldición de la isla.
Todo un arsenal de programación basura destinada a la felicidad de los adoradores de la Nueva Era y de la televisión light. Y no me resultaría tan preocupante —porque entre gustos no hay disgustos— si no aparecieran frecuentemente en Internet publicaciones temerarias aparentemente validadas con el sello del History Channel.
El History Channel es a la historia lo que las revistas de Condorito son a la alta literatura universal o lo que los guiones de Don Jediondo son a la dramaturgia.
Con la diferencia de que Pepo, el dibujante de Condorito jamás vendió su revista como literatura ni Pedro González a su personaje humorístico como culmen de las artes escénicas.
Las fuentes de las que bebemos nuestra información diaria están contaminadas, pero la responsabilidad de pescar la valioso en medio de la podredumbre es por completo nuestra.