Este año el mejor stand de la Feria del Libro de Bogotá es el de Club Colombia. Si estás sentado allí, rodeado de una legión de botellas vacías que te han ayudado a soportar la pedantería de los nuevos blogueros que sueñan con ser escritores y que por obra y gracia del débil criterio editorial están lanzando su nueva novela, te aconsejamos no caer en la tentación de soportar una fila de varias cuadras para entrar a Macondo. Quédate ahí, con los amigos de siempre, escuchando alguna vieja canción de los noventa. Afuera de ese toldo sólo queda la selva de los libros malos y los gritos de los lectores de finales de abril que quieren dejar constancia de su fervor literario tomándose una selfie con una mariposa amarilla.
Les digo que no se levanten de allí porque el sábado por hacerle caso a un par de amigos dejé mi puesto en el cada vez más concurrido stand de la cerveza para recorrer Corferias. Una fila interminable aguardaba ansiosa porque se abrieran las puertas de Macondo. Un niño rechoncho y con el pelo crespo, hacía cuentas de lo que iba a hacer cuando viera las lupas gigantes con las que se laceró la piel más de una vez José Arcadio Buendía, el esqueleto del galeón que sacaron del río, las piedras blancas que como huevos prehistóricos rodeaban la población. Con una cerveza en una mano y al lado escuchando las ínfulas de un escritor en ciernes hablando de las tumbas de Pere Lachaise, me fui moviendo hasta la entrada. Una luz proyecta imágenes pintorescas de la Costa Atlántica, al fondo se escucha la voz de García Márquez leyendo un fragmento del libro y después, en el centro de un hangar, una ridícula gallera que se supone es la recreación fidedigna del lugar en donde José Arcadio Buendía atravesó con una lanza el cuello de Prudencio Aguilar, despunta como la creación más ambiciosa de esta pálida feria del libro. A un costado se ven, colgado de unos cables, caballitos de madera, cámaras de ocho milímetros, brújulas y ni un solo pescadito de oro. El taller en donde Aureliano y el espectro de Melquiades realizaban sus experimentos alquímicos, es de una chambonada atroz. El niño gordito las compara con las imágenes que tiene en su cabeza y no le queda de otra que hacer una pataleta: Mamá lo ha vuelto a engañar.
Me tapo los ojos horrorizado y empiezo a hacerme preguntas: ¿Qué son esas lámparas que caen del techo en donde la gente mete su cabeza como si fueran secadoras gigantes? ¿Es verdad que por falta de presupuesto no pudieron traer a España como país invitado y, a última hora, escogieron Macondo? Por el momento no puedo responder a ninguna de estas preguntas. Aburrido y mareado trato de salir. Antes de cruzar la puerta noto que hay una especie de tienda en donde se venden manjares caribes. La gente va y compra y se sienten un poquito más cerca de Gabo. Dicen que Mercedes está en Bogotá arreglando unos problemas legales y que rechazó la invitación, acaso porque pudo notar la improvisación rampante, acaso porque desde que es una viuda ya puede expresar con libertad el fastidio que le causa ser una figura pública.
Lagartos editoriales se arrastran saludando a los ilustres autores. Dos estudiantes universitarios practican el viejo deporte de robar libros en la feria. Yo pregunto por un libro de The Rolling Stones pero 450 mil pesos superan ampliamente mi exiguo presupuesto. Cae la noche sobre la ciudad y la marea humana va de un lado al otro, confundida, buscando cuál es la gracia de la feria, cuál es el Nobel que viene, quién es la estrella del evento.
No me puedo quejar, me gastaron siete cervezas y aproveché la oferta que había en Anagrama para comprar un libro de Vila-Matas que seguramente terminaré regalándo al que me lo pida. Para los que no han ido los invito a visitar antes la página de internet de la feria. Se darán cuenta del caos que ha caracterizado esta edición. Sobre ella un indignado Mario Jursish Durán, director del Malpensante escribe en su Facebook: “Entro en la página oficial, que no sólo es confusa y "poco amigable" sino que está burocráticamente escrita y, para colmo, llena de información falsa, irrelevante o incluso perniciosa. No me refiero únicamente a que en la programación aparezca que el moderador de determinadas mesas es "XXXXXX" o a que un ciclo de charlas se convoque a través de un título de gramática dudosa: "Leer las mujeres". Me refiero sobre todo a que varios de los invitados tienen una ficha biográfica absolutamente chapucera”
Salgo. En el arco plateado los marihuaneros de siempre planean nuevas tertulias, nuevos cadáveres exquisitos. Familias enteras, con paquetes repletos de libros que nunca leerán, salen con la satisfacción del deber cumplido. Mañana, después de llegar de la iglesia, mirarán con orgullo su biblioteca de colores y la mesita del centro de la sala con el Coofe table book que compraron anoche, ocupando el lugar en donde descrestará a los visitantes de la tarde.
Enciendo un cigarrillo y desde adentro de Corferias suenan unos tambores. Ha empezado la rumba y yo me escurro en la noche.