Al pisar suelo americano Alejandra Martínez pensó que atrás había quedado todo lo malo que le iba a pasar en su vida. Su padre los había abandonado cuando no había cumplido los diez años y a su madre le había quedado la responsabilidad de sostener el hogar que conformaban ella y su hermano Franklin.
Cuatro años después de aterrizar en América, su madre los llevó a vivir a Beverly Hills. Ella ganaba bien, demasiado bien para una mujer sola y con dos hijos. Alejandra había escuchado el rumor de que había tenido que pagar varios años de cárcel por traficar con drogas, pero a esos chismes ella nunca les hizo mucho caso. Entró a estudiar a una escuelita de esa zona de los Ángeles y aprovechando sus dotes como cantante ingresó al coro. A los 16 años Alejandra era una morena alta y de piernas largas que enloquecía a los muchachitos que flotaban alrededor de ella como satélites en órbita. Allí conoció a Jermaine y Randy, dos hermanos negros que acababan de llegar de Indiana y eran los más populares de la escuela por culpa de sus hermanos, conocidos en todo el mundo por ser los Jackson Five.
Alejandra se empezó a hacer muy amiga de Randy, el único de los Jackson al que nunca le gustó la música. La fama de sus hermanos le afectó el autoestima y en las largas tardes en donde él le desnudaba su alma a la joven inmigrante, ella pudo descubrir que detrás de la figura de un muchacho rudo, se escondía un hombre sensible y tímido. El flechazo fue inevitable. Al poco tiempo se enamoraron y se casaron.
Tuvieron una niña a la que llamaron Geneveive. La niña tuvo que ver como su tío se convertía en el hombre más famoso del mundo. Era 1982 y a Thriller le bastaron unas cuantas semanas para convertirse en el álbum más vendido de la historia con 109 millones de copias alrededor del orbe. Sin quererlo, Alejandra Jackson pertenecía a la realeza del enterteiment norteamericano.
La creciente fama de su hermano empezó a afectar el carácter de Randy. El tímido muchacho de Indiana se empezaba a convertir en un inagotable rumbero. Se separaron y cuando ella quería dejar el rancho de los Jackson, Joseph y Katherine, sus suegros, le rogaron que no se marchara. La querían como si fuera una hija.
Michael también la quería, aunque a medida que la bruma de la fama le empañaba la realidad, ella se iba convirtiendo para él en un recuerdo borroso. Aun así Alejandra y sus hijos disfrutaron de Neverland. Cada domingo los niños iban al paraíso de metal del rey del pop, llevados por Jermaine, el solícito tío que cada vez se esmeraba más por consolar a su afligida madre. Entre asado y asado organizado por sus suegros, la joven colombiana volvía a quedar prendada de un Jackson.
Con Jermaine tuvo dos hijos y la libertad para empezar una carrera como diseñadora. A finales de la década de los 90 abrió almacenes con su nombre en la Zona Rosa de Bogotá y en Beverly Hills. Entre sus clientes se cuentan entre otros famosos a Paula Abdul, Sofía Vergara y la ex señorita Colombia Vanessa Mendoza. Su cuñada Janet Jackson supervisaba sus diseños.
Ocupada en sus labores como diseñadora, entre Alejandra y Jermaine empezó a abrirse la distancia. Cuando ella quiso recuperar su matrimonio se dio cuenta de que era muy tarde: él ya estaba enamorado de otra mujer. Creyó que era el final de su estancia en la entrañable casa de Encino, pero se sorprendió al ver que sus suegros obligaban a Jermaine a irse de allí: otra vez la miel era más dulce que la sangre.
A sus cinco hijos nunca les dejó de hablar de Colombia. En la década pasada, invitada por la empresaria Marta Mejía, los sobrinos de Michael Jackson estuvieron cuatro días en Bogotá y ocho en Cartagena.
Poco después de morir Michael, Alejandra ocupó su casa abriendo una brecha entre sus hijos y sus abuelos. Hace poco estrenó un realitie en donde muestra su vida por dentro, en un intento desesperado por tratar de desmarcarse de la sombra de los Jackson. Lamentablemente el único atractivo que tiene el programa, es precisamente que es sobre la cuñada y los sobrinos del Rey del Pop.