Recordaba hace unos días una conferencia de Jaime Garzón en una universidad de Cali. En el auditorio había alumnos de comunicación social y Garzón empieza leyendo un fragmento de un libro que encontró — apunta— en la oficina del distinguido Godofredo Cínico Caspa. La idea del escrito es simple: una misión de extraterrestres viene a la tierra, nos observa, toma nota, regresa a su planeta y concluye que en aquel planeta no se ha desarrollado la inteligencia, se matan entre ellos porque sí, se roban, se humillan. No merece la pena regresar allí. ¨Cortado por lo bajito¨, dice Garzón con una sonrisa.
Luego empieza algunas reflexiones muy divertidas y muy serias, como todo lo que decía Jaime, sobre lo que él denomina la "colombianeidad". Y lo primero que sorprende es la actualidad de aquellas reflexiones. La conferencia fue en 1997 y todo podría aplicarse a nuestro tiempo. En ese eterno retorno de lo mismo, Garzón recuerda algunas cuestiones tan elementales que llevan a la risa: elegimos a unos funcionarios públicos que, sí, deben funcionar al público, y terminamos haciéndoles venias, es decir, todos en función de ellos. Y continúa con una acusación a cierta característica de ese colombiano que no está en el poder: la falta absoluta de crítica y en ese camino el acomodo, la comodidad de aquel que se sienta a esperar que otro, siempre otro, solucione sus problemas. De la mano de esa actitud frente a la existencia, dice Garzón, aparece la indiferencia y la falta de empatía. La ecuación es ampliamente conocida por los lectores: me salvo yo, primero yo, el que importa soy yo y el resto jódase.
Probablemente nada de lo que dijo Garzón hace 16 años y que hoy transcribo sorprende a nadie. Que los políticos no sirvan más que a sus propios intereses, que sigamos eligiendo, arrodillados, a los mismos en cada elección, que seamos insolidarios y egoístas. Sin embargo, uno lee las noticias, oye la radio, habla con el taxista y entiende que no, que no hemos entendido. Avanza la conferencia y Garzón, pensando en la coyuntura del momento, dedica (como hizo tantas y tantas veces) un capítulo al señor del 8000 y sus obedientes becerros.
Me detengo en este punto porque más allá de ese vergonzoso y criminal episodio de nuestra historia, hay un debate que los medios en Colombia no hemos dado y que es necesario. Lo resumo: hay un escándalo que involucra a un político, los medios le caemos encima al personaje, que aparece en cada titular, cada emisión de radio y de televisión. Pero la esquizofrenia pasa veloz, la memoria es corta, el asunto se olvida. Tiempo después, ese personaje pasa de ser un cuestionado por los medios, a un oráculo con micrófono. ¿Cuál es el instante en que un Samper, por nombrar a uno entre miles, pasa de ser un sujeto dudoso a ser un faro moral y ético al que damos micrófono en las emisoras y párrafos en la prensa para que dé consejos de estadista? ¿Qué responsabilidad tenemos los medios en esa corta memoria de la que hablaba Garzón? ¿Cuál es el mensaje que damos los medios cuando, sin pena ninguna, decidimos abrir espacio a individuos así? ¿Que no importa lo que hagas, igual lo olvidaremos y además se te dará lo necesario para que sigas vigente? ¿Será que hay alguna relación entre esto y nuestra enfermiza actitud servil hacia los políticos? Hay quienes consideran que no tiene nada de reprochable. Otros consideramos que, al menos, merece la pena preguntárselo.
P. D. La conferencia se encuentra en youtube. Verla una y otra vez debería ser un imperativo.