Francisco Alid González Montoya, un caldense de 72 años de edad, dedica su vida al campo desde que era un niño. Creció rodeado de animales, cultivos y con el exquisito aroma de su tan apreciado café, aquel que le permitió sostener a su familia y lograr que sus seis hijos salieran adelante.
Actualmente reside en Sevilla, lleva aproximadamente 36 años trabajando como campesino en la capital cafetera de Colombia, un municipio localizado al norte del departamento del Valle del Cauca.
Su labor empieza a las 4:30 de la madrugada. Se levanta a juntar candela para preparar el tinto, a moler maíz para hacer arepas, además de cuidar los cerdos; lavar cocheras y darles alimento es una de sus primeras tareas. Después de haber tomado su bebida humeante, pela el café, lo lava y lo pone a secar al sol; mientras espera los trabajadores, quienes llegan a su finca a las 6:00 a.m.
‘Las Brisas’ los espera con un pocillo de tinto caliente y los buenos días de su patrón. Francisco se dirige con sus cinco trabajadores al tajo (lugar donde se encuentran las matas de café); entre risas, conversaciones, humo de cigarrillo y música carranguera que emite la radio, realizan su quehacer. Dadas las 8:00 suben a desayunar. Clara Inés Rodríguez Patiño, la esposa de Francisco, los espera con platos de calentado, arepa, carne o huevo, junto con una taza de chocolate.
A las 8:30 retornan a su labor y trabajan arduamente durante las siguientes tres horas y media. Al medio día, y después de escuchar la sirena que suena para todo el pueblo, los campesinos suben a almorzar; sus espaldas cargan los costales con el café que hasta el momento han recogido. Se encuentran con platos rebosados de fríjoles, sancocho, lentejas, arvejas, sudado o blanquillos, acompañados de una taza de agua de panela y del sonido de la radio enunciando las noticias.
A la 1:00 regresan al tajo, los granos de café los esperan y la tarde los inspecciona hasta que empieza a ocultarse el sol. Vogaderas vacías, que anteriormente contenían limonada, manos sucias y maltratadas, y hombres cansados, son el resultado de una larga jornada de trabajo que finaliza a las 5:00 p.m.
El descanso es anhelado, pero el trabajo continúa. Las tareas de la finca aún esperan por Francisco, los animales requieren de su cuidado y él está dispuesto a atenderlos; alimenta los cerdos, gallinas, perros, patos y pájaros, además de consentir un poco a Niña, su perrita fiel, y de cortar un poco de leña.
Francisco se caracteriza por ser un hombre luchador, humilde, estricto y puntual, ama su labor y cada día se levanta con los mismos deseos de trabajar en el campo. “Desde los cinco años trabajo cogiendo café, ya me acostumbré, no me duelen las manos, quiero seguir trabajando aquí hasta que me muera”.
Marcadas las 6:00 en el reloj de pared que se encuentra en la cocina de la finca, Francisco come el mismo alimento que sus trabajadores ingirieron minutos antes; el calentado del almuerzo es exquisito a su paladar.
A las 8:00 finaliza la ardua labor agraria de Francisco. Su esposa le calienta agua para bañarse, como suele hacerlo todas las noches. Después se va directo a la cama.
Cuando se termina la cosecha de café, los días transcurren de manera diferente; Francisco abona, fumiga o platea (bolea machete). Los sábados son los días preferidos para subir al pueblo, encontrarse con sus amigos, pasar una tarde agradable en el parque y, principalmente, recibir el fruto de la semana de trabajo, su pago de $63.000 a $73.000 por arroba, según el estado del café -tierno o seco-.
El domingo llega, Francisco descansa en ‘Las Brisas’, con su esposa y sus animales; otra jornada semanal como campesino lo espera con ansias.