Durante los últimos cincuenta años, los humanos hemos incrementado radicalmente nuestra carga sobre la Tierra, y nuestras acciones son cada vez más nocivas y amenazantes para los procesos bióticos (elementos vivos) y abióticos (elementos físicos) de los que depende nuestra existencia como especie. La agricultura ha sido una fuerza determinante en estos procesos, especialmente desde la década del cincuenta, cuando la propagación y el uso intensivo de agroquímicos (fertilizantes y pesticidas) han intensificado las consecuencias ambientales de nuestro paso por la Tierra.
Las prácticas de la agricultura convencional (basadas en agroquímicos y monocultivos) han erosionado las condiciones necesarias para mantener la producción para una población mundial en aumento. Existe creciente evidencia resaltando la relación causal entre la agricultura convencional y problemas como la degradación y erosión del suelo; el sobreuso del agua y los daños a los sistemas hídricos; la polución del medio ambiente; la perdida de la biodiversidad; y la pérdida del control local sobre la producción agropecuaria; entre otros [1].
En este contexto, la agroecología ha surgido como una ciencia, una práctica y un movimiento, que ofrece alternativas a la agricultura convencional. Tomando como referencia el trabajo de Stephen Gliessman y Miguel Altieri (dos de los más respetados académicos y promotores del enfoque), podemos definir agroecología como la aplicación de conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de sistemas agroalimentarios sostenibles, resaltando atributos como diversidad; sinergias; reciclaje de nutrientes; integración; y procesos sociales que busquen el desarrollo humano y el empoderamiento de la comunidad. El Manejo Integrado de Plagas; los sistemas agroforestales y silvopastoriles; los abonos orgánicos; la rotación y asociación de cultivos; el uso de leguminosas como fuente de nitrógeno; y los cultivos intercalados; entre otros, son ejemplos de prácticas agroecológicas que tienen el potencial de crear sistemas agroalimentarios sostenibles y productivos.
AGROECOLOGÍA Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ
La mayoría de los colombianos somos optimistas sobre los diálogos de paz que adelanta el Gobierno con la guerrilla de las FARC en La Habana y esperamos que pronto se llegue a un acuerdo definitivo que ponga fin al conflicto. Pero también somos realistas, y sabemos que la implementación de los acuerdos es un proyecto difícil, de largo aliento, y en donde nos pondremos a prueba como país y como ciudadanos. Un proceso que requiere de una diversidad de métodos, conocimientos y profesionales. En este sentido, la agroecología ofrece una serie de herramientas para ayudar a materializar varios elementos incluidos en los Informes Conjuntos del Gobierno y las FARC, y en general para construir paz en nuestro país.
El desarrollo del campesinado es una condición necesaria para el desarrollo agrario integral y para la construcción de la paz. Su reconocimiento como sujeto de derechos y la valoración de sus conocimientos, sus prácticas, y sus formas organizativas es un paso necesario y fundamental en la construcción de una sociedad más equitativa e incluyente. Así lo han reconocido el Gobierno y las FARC en la Mesa de Conversaciones, donde han manifestado que el fomento de la economía campesina, familiar y comunitaria es uno de los pilares del desarrollo agrario integral que se propone. En este marco, el principio agroecológico de diálogo entre conocimientos tradicionales (campesinos e indígenas) y avances contemporáneos en ciencia y tecnología; facilitará canalizar los procesos y visiones de desarrollo provenientes de las comunidades rurales, de cuya participación depende en gran medida “la efectividad, transparencia y el buen desarrollo” de la Reforma Rural Integral.
Por otra parte, los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial –PDET, se beneficiarán en su componente agropecuario al adoptar una perspectiva agroecológica. La incorporación del enfoque territorial en los ‘Planes de acción para la transformación regional’ se facilitará si priorizamos, como lo hace la agroecología, el conocimiento y manejo de la biodiversidad presente en los agro-ecosistemas locales, el aprovechamiento de los recursos sociales y culturales, y la potenciación de los conocimientos tradicionales de las comunidades. Por ejemplo, un sistema integral de extensión rural con enfoque agroecológico, que priorice los servicios flexibles, la participación y la construcción colectiva del conocimiento sobre la diseminación de productos estándares y las relaciones unidireccionales; robustecería el tejido social en el territorio empoderando a los productores agropecuarios [2]. De igual forma, el fortalecimiento de sistemas agropecuarios de policultivos basados en especies y variedades locales, aumenta la biodiversidad y la productividad de largo plazo, y reduce la dependencia de agroquímicos [3].
En cuanto al ‘sistema de seguridad (soberanía) alimentaria’, como elemento transversal a todos los Planes Nacionales para la Reforma Rural Integral, la agroecología presenta importantes ventajas sobre los sistemas agropecuarios convencionales. Como ha sido señalado por Olivier De Schutter, anterior Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación [4], la agroecología favorece la seguridad alimentaria a través de la disponibilidad de alimentos (aumentando la productividad sobre el terreno); de la asequibilidad (reduciendo la pobreza rural); de la adecuación (contribuyendo a tener una dieta más variada y una mejor nutrición); de la sostenibilidad (contribuyendo a la adaptación al cambio climático); y de la participación de los agricultores (actuando como activo para la difusión de las buenas practicas).
En el tema de sustitución de cultivos ilícitos, y en particular en relación al componente productivo que le concierne, se deben fomentar y apoyar sistemas agroalimentarios multipropósito, en donde se produzcan alimentos, fibras, y materiales que sean pertinentes tanto para el tejido social presente en los territorios como para los ecosistemas y los mercados locales. Desde la agroecología estos sistemas son preferibles a sistemas de monocultivo como la palma y la caña de azúcar, ya que estos últimos son altamente dependientes de agroquímicos (contribuyendo al deterioro ambiental y la degradación del suelo y de los ecosistemas), no favorecen la seguridad alimentaria, y des-empoderan al campesino, rompiendo lo vínculos que existen entre este, la tierra, y el sistema agroalimentario local.
Finalmente, la agroecología tiene el potencial de contribuir a resolver la “paradoja ambiental del acuerdo de paz”. Hace algunas semanas, la ONU-Colombia presentó los resultados de un estudio que alerta sobre los desafíos ambientales del posconflicto [5]. Aunque sin decirlo explícitamente, el informe promueve la agroecología como herramienta para introducir modelos sostenibles de desarrollo. En particular, resalta la necesidad de “utilizar sosteniblemente la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que ella presta como alternativa para diversificar los medios de vida locales; promover prácticas ancestrales y tradicionales para el uso del patrimonio natural”, así como “promover modelos de desarrollo local sostenible con participación” y redefinir las relaciones campo-ciudad.
UN CAMINO LARGO QUE DEBEMOS COMENZAR HOY
Implementar políticas que fomenten sistemas agroecológicos requiere de enormes esfuerzos, políticos, técnicos y fiscales. Sin embargo, podríamos pensar que existe una ventana de oportunidad, o como lo dijera el PNUD en su informe hace unos años, hay “razones para la esperanza”. Por un lado, países como Brasil y Cuba están demostrando que invertir en políticas de fomento de la agricultura familiar basada en sistemas agroecológicos construye sistemas agroalimentarios productivos, inclusivos y sostenibles [6]. Por otro lado, una eventual firma de los acuerdos en La Habana (y su ratificación) incrementaría la voluntad política y la necesidad de implementar políticas transformadoras y alternativas en el campo colombiano.
Si queremos cambiar las dinámicas de desarrollo en las zonas rurales, y construir una paz que sea, de verdad, estable, duradera y sostenible, debemos emplear métodos amplios y alternativos, y debemos empezar hoy.
NOTAS:
[1] Gliessman, S. R. (2007). Agroecology: The Ecology of Sustainable Food Systems. BocaRaton: CRC Press.
[2] da Silva, H. (2013). “A extensão rural agroecológica sob o desenvolvimento sustentável”. Revista Brasileira de Agropecuária Sustentável (RBAS) 3(1): 25-29.
[3] Pretty, J. (2008). “Agricultural sustainability: concepts, principles and evidence”. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 363(1491),:447-465.
[4] De Schutter, O. (2011). Informe del Relator Especial sobre el derecho a la alimentación, Olivier De Schutter. Consejo de Derechos Humanos, 19º período de sesiones. Asamblea General de las Naciones Unidas. A/HRC/19.59. Disponible en: http://www.ohchr.org/Documents/HRBodies/HRCouncil/RegularSession/Session19/A-HRC-19-59_sp.pdf [Descargado 08 Marzo 2015].
[5] Naciones Unidas Colombia (2015). “Consideraciones ambientales para la construcción de una paz territorial estable, duradera y sostenible en Colombia” Insumos para la discusión. Disponible en: http://www.co.undp.org/content/dam/colombia/docs/MedioAmbiente/undp-co-pazyambiente-2015.pdf [Descargado 08 Marzo 2015].
[6] McKay, B. (2013). “A socially inclusive pathway to food security: the agroecological alternative”. UNDP International Policy Centre for Inclusive Growth. Research brief # 23. Available at: http://www.ipc-undp.org/pub/IPCPolicyResearchBrief23.pdf [Accessed 08 Marzo 2015].